Lo he intentado, pero no hablar del ataque DDOS a las webs de la SGAE y el Ministerio de Cultura me ha resultado absolutamente imposible.
Obviemos las cuestiones técnicas, detalladas en el enlace superior o en este otro. El debate se centra en dirimir la legitimidad de la acción y en saber si este tipo de ciberprotestas son la opción más adecuada para que los ciudadanos manifiesten su disconformidad con la actuación de diferentes organizaciones públicas o privadas.
Son muchos quienes defienden la conveniencia de estas prácticas, empezando por Enrique Dans, referencia en estas lides. Mi opinión, sin embargo, es que el análisis de Antonio Ortiz es mucho más interesante, y tristemente más certero: este tipo de ataques beneficia, única y exclusivamente, a aquellos grupos y lobbies que presionan para introducir legislaciones restrictivas en el ciberespacio, esto es, para controlar Internet en el sentido más amplio -y temible- de la expresión.
Mucho ruido y pocas nueces, pues. Seamos sinceros, se ha generado una expectación mediática desproporcionada, para nada acorde con el alcance de una acción que no menoscabará las ambiciones de la SGAE, que no aumentará su descrédito y que no evitará que se siga avanzando en la aprobación de medidas que socavarán la libertad y la neutralidad de la red.
Lawrence Lessig, "padre" de Creative Commons, comprendió esto con claridad en su célebre El código 2.0, en el que ya alertaba sobre el interés del poder público y privado en disponer de argumentos para aprobar una regulación severa de la red y, en consecuencia, cercenar la libertad de expresión y el derecho a la privacidad.
Mitificar la capacidad de la red para generar actitudes de oposición a los designios de los grandes poderes es, a largo plazo, contraproducente. Llevamos años amaneciendo con titulares acerca del hackeo webs de servicios de inteligencia y gobiernos de todo el mundo. En muchas ocasiones, se atribuye la autoría de estas acciones a jóvenes que actúan de manera aislada; es entonces cuando nuestro amor por la épica sale a relucir, y creemos vislumbrar los poderes salvíficos de Internet al otro lado de estas hazañas. No obstante, la vieja concepción de Critical Art Ensemble de la desobediencia civil electrónica sigue pareciendo más lúcida; y las acciones que tienen más repercusión a nivel mediático que a nivel estructural siguen siendo, en gran medida, humo.
No quiero que ser malinterpretado. Es extraordinariamente importante que exista un espacio público como tal, un escenario de debate, de disensión, de actuación; es fundamental la intervención ciudadana, independientemente de su signo, y apostar por generar una cultura y unas estructuras verdaderamente democráticas, en las que la defensa de la libertad de expresión y la oposición a los intereses de aquellos que pretendan transgredirlas sean prioritarias. Internet es un escenario privilegiado para construir este escenario, como lo es para favorecer el acceso a los procomunes, pero es importante acertar con la tecla, saber en qué dirección apuntar para no convertir buenas intenciones en acciones contraproducentes y destructivas. Canalizando adecuadamente la ingente cantidad de creatividad que circula por la red, (casi) todo es posible. Hay muchas otras formas de hacer las cosas.
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