martes, 29 de marzo de 2011

Cuando el arte se mide en dinero

Adrian Searle es crítico de arte. No un crítico de arte cualquiera, sino uno de esos polivalentes críticos-comisarios-teóricos que gozan de buena prensa en las instituciones de medio mundo. Una figura del establishment, vaya.

El pasado domingo publicó un artículo sobre la crisis del sector artístico español en The Guardian. No un artículo audaz ni especialmente duro, sino uno de esos textos más sensatos que punzantes cuyo mérito radica en constatar ciertas evidencias incómodas. Evidencias como que España sufre las consecuencias de su nefasta planificación cultural, que ha invertido mucho dinero en grandes infraestructuras sin dedicar apenas atención a sus contenidos y que ha primado una visión política y espectacular del arte hasta condenar a los artistas a elegir entre la carestía patria o una oportunidad en el exilio.

Searle aprieta, pero no ahoga. Critica, sí, pero desde el comedimiento, en plan polite, tal vez porque ha trabajado más de una vez en nuestro país y porque piensa seguir haciéndolo. Con todo, su artículo merece la pena y se difunde rápidamente. Me alegra... al menos hasta que la proliferación de comentarios empieza a desconcertarme. Es curioso, en apenas veinticuatro horas se hacen eco del texto hasta los más autocomplacientes. Empiezo a leer cosas que me dejan atónito, como que es "polémico". Polémico sería decir que España se caracteriza por un compromiso inquebrantable con la investigación en materia cultural (bueno, vale, eso tampoco sería polémico: sería hilarante).

Lo que quiero decir -y no precisamente a modo de reproche- es que Searle se deja en el tintero buena parte de nuestras miserias. No entra a valorar la paupérrima gestión de muchos de nuestros grandes centros, ni la escasa rentabilidad cultural que extraen de sus no-tan-exiguas-como-nos-venden partidas presupuestarias; no cuestiona nuestros celebrados "códigos de buenas prácticas", instrumentos al servicio de la arbitrariedad, el nepotismo y la endogamia; tampoco pone en entredicho la endeblez de nuestro coleccionismo privado, ni la falta de criterio de muchas de nuestras colecciones públicas. No mete el dedo en la llaga, vaya, y hasta cierto punto habrá que darle las gracias por no dejarnos (más) en evidencia.

Lo triste no es, por tanto, que algunos desayunen, por un día, una buena dosis de realidad hispana vía The Guardian. Lo triste es que tenga que ser un medio extranjero el que publique algo tan obvio; que sea entonces cuando muchas de las instituciones y profesionales del arte se planteen reconocer que "algo falla" -eludiendo responsabilidades, of course-; que los Brea y cía se hayan pasado años predicando en el desierto; que muchos artistas se hayan preocupado más de colgarse el cartel de "reivindicativos" que de reivindicar algo; y que ahora se lamenten quienes miraban para otro lado mientras nuestras políticas culturales seguían la estela de nuestra bien querida economía del ladrillo. 

La verdadera pregunta no es cómo sobrevivir sin dinero, sino para qué lo queremos. Pocos lloran, me temo, por la precariedad de nuestra cultura: la mayoría se limita a añorar los privilegios perdidos.


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EDITO: Este artículo de Eleanor Heartney es un buen complemento. 

miércoles, 23 de marzo de 2011

Arduino. The Documentary

Educación, hardware libre, arte, diseño, filosofía DIY... Lleva algunas semanas circulando por la red, pero realmente merece la pena dedicar unos minutos a este documental sobre Arduino.

sábado, 19 de marzo de 2011

Prótesis, estética y humanismo

He descubierto, vía Pensamiento en imágenes, una TED talk especialmente recomendable. Corre a cargo de Aimee Mullins, quien sufrió la amputación de sus dos piernas con apenas un año de edad. Un hecho que no le ha impedido desarrollar una exitosa carrera como atleta, modelo y actriz.

Se pueden hacer muchas lecturas interesantes a propósito de su intervención. Su relato explora la naturaleza cultural de la identidad humana, tradicionalmente vinculada al cuerpo, o más bien a una forma muy específica de entenderlo, no tanto como contenedor sino como configurador de lo humano en relación con un modelo idealizado.

Su caso tiene, además, la particularidad de ilustrar el debate sobre lo que entendemos por discapacidad desde dos perspectivas enfrentadas. Por una parte, es evidente -y paradójica- la influencia de la belleza física en el eco mediático y la aceptación del trabajo de Aimee; en este sentido, la imposibilidad de identificar como tales algunas de sus prótesis ha desempeñado un papel importante. Por otra parte, sin embargo, ella ha sido la primera en exhibir y explorar su condición de una manera absolutamente creativa y desprejuiciada: comencé a alejarme de la necesidad de replicar lo humano como ideal estético, afirma, y no puede ser más elocuente.

En relación con esto último, resulta interesante su idea de la limitación como elemento característico de lo humano -"gloriosas discapacidades", en sus propias palabras... no es de extrañar la cita entusiasta de Molinuevo-, así como su reivindicación de la poesía, en un sentido amplio, como aquello capaz de trascender y completar la técnica. A la luz de esta fértil simbiosis entre las concepciones clásicas de poiesis y techné puede entenderse claramente el significado del hombre como arquitecto de su propia identidad. Una identidad en permanente cambio, alejada de la rigidez de los esquemas humanistas clásicos.

Paralelamente, la historia de Aimee viene a constatar que los problemas de comprensión, adaptación, integración y comunicación no radican nunca en las propias tecnologías, sino en una forma concreta de entenderlas como algo ajeno, orientándolas de acuerdo con nuestros (viejos) patrones culturales, criterios educativos y modelos estéticos.

lunes, 14 de marzo de 2011

Los verdaderos problemas de la universidad española

Enrique Álvarez Vázquez, catedrático de la Universidad Autónoma de Madrid, y Tomás Ortín Miguel, profesor de Investigación del CSIC, publicaron el pasado sábado, en El País, un artículo que no tiene desperdicio (resalto lo "mejor"):
Las universidades pueden renunciar a competir, pero, lo quieran o no, están inmersas en una gran competición en la que los alumnos comparan y eligen en cuál estudiar, los comités comparan y eligen a qué grupos de investigación subvencionar, etcétera. Pero además la competición es consustancial a la investigación científica: no se puede ser el tercero en descubrir un gen ni el quinto inventor de un algoritmo. O se compite por ser el primero o se renuncia totalmente a la investigación y, en general, a la creación de obras originales, conformándose con estudiar (y comprar) lo que otros han creado. Nosotros estamos seguros de que los "fichajes-estrella" y los "equipos galácticos" tendrían un impacto tremendamente positivo académico, social y económico. [...] pueden ser los referentes que necesitamos urgentemente: modelos e inspiración para los estudiantes y colegas que formarían su escuela [...] ¿Alguien duda de lo que supuso para España y para la medicina y biología tener a un Ramón y Cajal? ¿Hay que resignarse a no tener más Cajales entre nosotros?
[...]

En España no hay suficientes profesores cualificados para cubrir las plantillas de las 48 universidades públicas existentes ni del centenar largo de institutos de investigación del CSIC al nivel que se requiere para ser competitivos internacionalmente.
Con este último párrafo no sé si reír o llorar. ¿Cómo van a proliferar profesores cualificados en España cuando la estrategia de nuestras universidades consiste en aburrir, explotar y obligar a emigrar a sus mejores investigadores?

El apoyo a la investigación en nuestro país es tan raquítico que los alumnos más brillantes tienen que dar gracias por percibir becas miserables durante años a cambio de trabajar como negros de. Por si fuera poco, la universidad los evalúa en función de la acumulación indiscriminada de "méritos" tales como la asistencia a congresos, la realización de estancias en el extranjero o el número de artículos publicados (independientemente de la calidad de los mismos, ¡faltaría más!). En este sistema donde los criterios son, por definición, absurdos y cuantitativos, el triunfo queda reservado para los que tienen más paciencia, menos estómago o ambas cosas simultáneamente.

Que sabiendo todo esto lleguen dos investigadores y propongan como la gran solución a nuestros males fichar a grandes cerebros extranjeros no es que sea desconcertante, es que resulta grotesco. No es de extrañar que el texto en cuestión no rebata ni una sola de las críticas que tres meses antes había formulado, ante los razonamientos de Ortín, José Luis Pardo:

El problema planteado rebasa con mucho el ámbito universitario, pues tiene que ver con el modo como ciertas agencias, instituciones o comisiones se han apropiado del rótulo de "buenas prácticas" [...] sin que nadie haya calibrado previamente si tales prácticas son efectivamente buenas, excelentes y de calidad, o si pueden llegar a ser al menos tan degradantes y perversas como los vicios que supuestamente vinieron a corregir. En todos los casos [...] esos vicios estaban relacionados con el amiguismo, la endogamia y, en general, las corruptelas grupusculares derivadas de la tendencia quizá natural en nuestra especie a preferir lo nuestro (y sobre todo a "los nuestros") antes que lo mejor o incluso que lo bueno [...]

El resultado es el que describe Ortín para el caso de las Universidades con inmejorables ejemplos: que no podríamos incorporar a la enseñanza y la investigación pública a un elenco de premios Nobel porque ninguno de ellos cumpliría los criterios de acreditación, experiencia, cargos académicos y número de sexenios exigidos por las agencias que supervisan la "calidad" de nuestra ciencia, mientras que sí lo hacen con creces todas las mediocridades que el nuevo "sistema" sigue incorporando. [...]

Pero es muy peligroso confundir la persecución de la excelencia científica con la ambición de ganar a cualquier precio (o de situarse en los puestos de cabeza del campeonato), como parecen hacer quienes no ven el problema en el lamentable estado de la Universidad española, sino en su lugar en unas clasificaciones elaboradas por los "expertos en calidad", y por lo tanto no parecen querer mejorar la Universidad, sino únicamente la clasificación. Pues si es de esto último de lo único que se trata, ya Leoncavallo puso en boca de uno de los Pagliacci de su ópera aquello de que "para vencer hay que fingir", y por tanto no puede uno extrañarse luego de que se recurra a la trampa y al dopaje, o de que los profesores universitarios acaben luciendo en sus camisetas el logo de algunas empresas multinacionales para mejorar su presupuesto de investigación, que en tal caso estará bajo una sospecha tan siniestra al menos como la de la endogamia y el proteccionismo.
 Y no es el único que se ha despachado a gusto...

domingo, 6 de marzo de 2011

Zizek y los cínicos

Estados Unidos representa mejor que ninguna otra nación qué debe y, al mismo tiempo, qué no debe ser la democracia. Cuesta creerlo, pero Thomas Jefferson y George Bush Jr. ocupan sendos extremos de un mismo hilo, el de la historia política norteamericana.

Recuerdo, en relación con mis reflexiones del pasado lunes, que en una ocasión David Harvey definió el gobierno de Reagan como el triunfo de la estética sobre la ética. Hoy podemos ir más allá y afirmar que aquella fue una victoria secundaria, mera antesala de otra mucho más elocuente, la de Barack Obama, auténtica encarnación de la concepción estética de la política.

El de Obama es el triunfo de la imagen, de un amplio repertorio de sonrisas, clichés y eslóganes baldíos, de una particular fábrica de ilusiones de cartón piedra. En Reagan la impostura era obvia; Obama es diferente, una versión mejorada. Con motivo de su elección como Presidente, hace casi tres años, Slavoj Zizek publicó un interesante artículo sobre las luces y las sombras del espíritu de su ya célebre Yes, we can. Me quedo con un párrafo:
Cuando hace dos meses los Estados Unidos recordaban la trágica muerte de Martin Luther King, Henry Louis Taylor señaló con amargura: "Todo lo que sabemos es que ese tipo tenía un sueño. No sabemos en qué consistía ese sueño." Ese borramiento de la memoria histórica abarca sobre todo el período posterior a la marcha sobre Washington de 1963, cuando se proclamó a King "el líder moral de nuestro país". Más adelante King se concentró en los temas de la pobreza y el militarismo porque consideró que eran esos, y no sólo el fantasma de la hermandad racial, los temas cruciales para que la igualdad fuera algo real. El precio que pagó por ello fue que se convirtió en un paria.

Todo lo que sabemos es que ese tipo tenía un sueño. No sabemos en qué consistía ese sueño. O la realidad desgarrando las costuras de la hipocresía.

El imaginario de las democracias occidentales se compone casi enteramente de símbolos que carecen de significado, esto es, de mercancía en el sentido más literal de la palabra, retórica hueca de fácil consumo. Y hablar de mercancía es hablar de la gran ciencia de nuestra época, el marketing, sujeto común de diferentes predicados: arte, periodismo, cultura... No es la política la que recurre a la publicidad; es la publicidad la que habla a través de la política.

El lenguaje de la mercadotecnia es infinitamente maleable. Pienso en Saatchi y en su capacidad para definir (construir) el arte británico contemporáneo y el gobierno de Thatcher indistintamente. La estética, entendida exclusivamente como publicidad, es lo contrario de la comunicación o, al menos, sólo una parte de ella. Su formulación es siempre unidireccional, incluso cuando parece admitir respuestas; su modo, inequívocamente imperativo, aun cuando no parece exhortar.

Obama, lejos de ser una causa, es una consecuencia; la consagración del para que todo siga como está, es necesario que todo cambie. Un afroamericano al frente de la primera potencia mundial, reza la anécdota, como si la raza fuese la última frontera... como si a la cúspide del poder se llegase con las manos limpias.

Ésta es la realidad que hemos permitido, la que hemos decidido creer. Nuestra responsabilidad es, tal vez, el único punto en donde debe radicar el optimismo. Hay que abandonar la idea de delegar las transformaciones sociales en el poder o en la servidumbre política. A los historiadores nos gustan los grandes nombres, pero la historia la escriben siempre autores anónimos; parias que entienden que los únicos cambios posibles son los que comienzan por uno mismo.

A medida que se desvanecen las ilusiones que generó la elección de Obama, se hace evidente la vacuidad de esos otros cambios, los que empiezan desde arriba. Nada puede cambiar desde la fidelidad a la perpetuación de un sistema en ruinas.

Creo que el tiempo le está quitando la razón a Zizek para dársela, en parte, a los cínicos. Claro que las ilusiones y los valores importan... pero sólo cuando no son propaganda.