Las universidades pueden renunciar a competir, pero, lo quieran o no, están inmersas en una gran competición en la que los alumnos comparan y eligen en cuál estudiar, los comités comparan y eligen a qué grupos de investigación subvencionar, etcétera. Pero además la competición es consustancial a la investigación científica: no se puede ser el tercero en descubrir un gen ni el quinto inventor de un algoritmo. O se compite por ser el primero o se renuncia totalmente a la investigación y, en general, a la creación de obras originales, conformándose con estudiar (y comprar) lo que otros han creado. Nosotros estamos seguros de que los "fichajes-estrella" y los "equipos galácticos" tendrían un impacto tremendamente positivo académico, social y económico. [...] pueden ser los referentes que necesitamos urgentemente: modelos e inspiración para los estudiantes y colegas que formarían su escuela [...] ¿Alguien duda de lo que supuso para España y para la medicina y biología tener a un Ramón y Cajal? ¿Hay que resignarse a no tener más Cajales entre nosotros?
[...]Con este último párrafo no sé si reír o llorar. ¿Cómo van a proliferar profesores cualificados en España cuando la estrategia de nuestras universidades consiste en aburrir, explotar y obligar a emigrar a sus mejores investigadores?
En España no hay suficientes profesores cualificados para cubrir las plantillas de las 48 universidades públicas existentes ni del centenar largo de institutos de investigación del CSIC al nivel que se requiere para ser competitivos internacionalmente.
El apoyo a la investigación en nuestro país es tan raquítico que los alumnos más brillantes tienen que dar gracias por percibir becas miserables durante años a cambio de trabajar como negros de. Por si fuera poco, la universidad los evalúa en función de la acumulación indiscriminada de "méritos" tales como la asistencia a congresos, la realización de estancias en el extranjero o el número de artículos publicados (independientemente de la calidad de los mismos, ¡faltaría más!). En este sistema donde los criterios son, por definición, absurdos y cuantitativos, el triunfo queda reservado para los que tienen más paciencia, menos estómago o ambas cosas simultáneamente.
Que sabiendo todo esto lleguen dos investigadores y propongan como la gran solución a nuestros males fichar a grandes cerebros extranjeros no es que sea desconcertante, es que resulta grotesco. No es de extrañar que el texto en cuestión no rebata ni una sola de las críticas que tres meses antes había formulado, ante los razonamientos de Ortín, José Luis Pardo:
El problema planteado rebasa con mucho el ámbito universitario, pues tiene que ver con el modo como ciertas agencias, instituciones o comisiones se han apropiado del rótulo de "buenas prácticas" [...] sin que nadie haya calibrado previamente si tales prácticas son efectivamente buenas, excelentes y de calidad, o si pueden llegar a ser al menos tan degradantes y perversas como los vicios que supuestamente vinieron a corregir. En todos los casos [...] esos vicios estaban relacionados con el amiguismo, la endogamia y, en general, las corruptelas grupusculares derivadas de la tendencia quizá natural en nuestra especie a preferir lo nuestro (y sobre todo a "los nuestros") antes que lo mejor o incluso que lo bueno [...]Y no es el único que se ha despachado a gusto...
El resultado es el que describe Ortín para el caso de las Universidades con inmejorables ejemplos: que no podríamos incorporar a la enseñanza y la investigación pública a un elenco de premios Nobel porque ninguno de ellos cumpliría los criterios de acreditación, experiencia, cargos académicos y número de sexenios exigidos por las agencias que supervisan la "calidad" de nuestra ciencia, mientras que sí lo hacen con creces todas las mediocridades que el nuevo "sistema" sigue incorporando. [...]
Pero es muy peligroso confundir la persecución de la excelencia científica con la ambición de ganar a cualquier precio (o de situarse en los puestos de cabeza del campeonato), como parecen hacer quienes no ven el problema en el lamentable estado de la Universidad española, sino en su lugar en unas clasificaciones elaboradas por los "expertos en calidad", y por lo tanto no parecen querer mejorar la Universidad, sino únicamente la clasificación. Pues si es de esto último de lo único que se trata, ya Leoncavallo puso en boca de uno de los Pagliacci de su ópera aquello de que "para vencer hay que fingir", y por tanto no puede uno extrañarse luego de que se recurra a la trampa y al dopaje, o de que los profesores universitarios acaben luciendo en sus camisetas el logo de algunas empresas multinacionales para mejorar su presupuesto de investigación, que en tal caso estará bajo una sospecha tan siniestra al menos como la de la endogamia y el proteccionismo.
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