martes, 18 de octubre de 2011

La cultura no es sólo cuestión de presupuesto

En estos momentos, es así de incongruente, las instituciones públicas y los agentes culturales independientes no tenemos un proyecto compartido. La institución está presente en la vida cultural pero de manera vertical y centralizadora. Nos preocupan más las cifras de asistencia, el evento en sí y las dinámicas del consumo cultural que conocer y hablar con los creadores y fortalecer el sistema creativo. Además, existen pocas organizaciones de artistas o agentes culturales que puedan actuar como interlocutores con la administración o hacernos llegar reivindicaciones colectivas y esto no hace más que evidenciar la debilidad del tejido local.
Por otra parte, los equipamientos culturales públicos que gestionamos colaboran poco con ese escaso tejido local, tanto en términos de diseño de la programación como de gestión compartida de proyectos.
Su funcionamiento se basa mayoritariamente en criterios de selección clásicos, generalistas y carentes de riesgo que no favorecen a las iniciativas minoritarias o innovadoras.
En parte porque las propuestas innovadoras carecen, en muchas ocasiones, de público suficiente. Estamos pues ante el pez que se muerde la cola.
El abuso de la verticalidad que comentábamos en la administración pública provoca una dinámica que retroalimenta y potencia la institucionalización.
Al no existir un tejido autónomo y consolidado, los creadores y programadores independientes se ven forzados a recurrir a la institución para sacar adelante sus proyectos.
Suelen ocurrir dos cosas: que la administración acaba fagocitando los proyectos que le presentan, eliminando la frescura del creador, adaptándolos a sus necesidades y, probablemente, desvirtuando y prostituyendo el proyecto inicial o que los proyectos no llegan a ver la luz por falta de ayudas y por esa dependencia que se ha creado entre la cultura y lo público.

En La cultura no es sólo cuestión de presupuesto. Por @mferragut

viernes, 14 de octubre de 2011

A propósito de Karmelo Bermejo

He seleccionado algunos textos que creo ayudan a contextualizar la exposición que Karmelo Bermejo acaba de inaugurar en el MARCO de Vigo. Tal y como muchos apuntan, no es una muestra anti-institucional (no puede serlo), pero algo de eso hay. Siempre ha habido clases... hasta en la crítica endógena.

Desde dentro y actuando como un infiltrado consentido con carta blanca para proceder, Bermejo busca la complicidad de las figuras mejor situadas dentro del establishment institucional para dar rienda suelta a sus proyectos. Su intención es subvertir la ortodoxia habitual y establecer nuevos cauces de reflexión en torno a las administraciones oficiales y el manejo de los caudales públicos. Lo hizo con el director del CA2M (Móstoles, Madrid) cuando colocó una pieza de oro que nadie podía ver en su aspiradora doméstica y lo plantea ahora de nuevo con Iñaki Martínez Antelo como máximo responsable del MARCO. Esta connivencia resulta afilada y poco indulgente, una colaboración que sin dejar en evidencia a los agentes implicados, sí aprovecha su estatus para especular sobre las ventajas de los poderosos y el uso que hacen del erario común. Jacuzzi instalado en el despacho del director con los fondos del museo que él dirige (2011) es una obra, paradójicamente, imposible de contemplar. En la sala sólo aparece la proyección de una diapositiva que muestra la cartela colocada en la puerta de la oficina donde se halla la bañera, una comunicación virtual que testimonia una acción incorpórea que disfruta un particular y está pagada con el dinero de los contribuyentes.
[...] El espíritu de Bartleby («I would prefer not to») subyace en trabajos como 0. Devolución de una subvención del Ministerio de Cultura por no haber realizado ninguna de las obras de arte para las que fue otorgada (2001) y +0. Abono de los intereses por una año de demora en la devolución de la subvención (2011). La inacción es transformada aquí en obra artística, una negación que se rebela contra el exceso de trámites y los requerimientos administrativos. [...]«Estos gestos interrumpen la lógica del intercambio de bienes por servicios que parece haberse instalado también en el funcionamiento de la cultura. De alguna manera, juegan a defraudar la expectativa de una solución positiva y se recrean, por el contrario, en subrayar la contradicción del propio sistema de producción cultural» comenta Óscar Fernández López al referirse a este tipo de acciones de Karmelo Bermejo, que reafirma su actitud antisistema con -10.000 (2011), una importante cantidad de billetes que ha soterrado dentro de una caja hermética en plena calle a pocos metros del centro vigués bajo una placa que dice: 10.000 euros de la Fundación Botín enterrados.
Bartleby en el museo (o Contra la institucionalización del arte). Sema D'Acosta


¿Qué haces? Trato de recuperar estrategias del sistema para mi propio beneficio.

¿Tiene que ver con una idea del arte como resistencia? Creo que toda resistencia implica una esperanza, al menos en teoría, pero no en la práctica. Si hablamos de este tipo de resistencia, de la que tiene como único objetivo la perpetuación de sí misma, entonces sí.
Tendría que ver con eso de una utopía sin horizonte utópico. Algo muy contemporáneo. Pero también se puede interpretar como una estetización de la disidencia... No hay utopía, sólo hay realidad. Se trata de renunciar a nuestros sueños cada día y de paso divertirnos, coger nuestro trozo del pastel, darle un empujoncito más al mundo para que se mate.
Eso me suena bastante punk Puede ser, pero el punk se enfrenta al sistema y el sistema lo fagocita y lo desactiva. Podría ser anti-punk, en el sentido en que la agresividad del sistema (sea del volumen que sea) es recuperada y las obras no sólo nacen con el objetivo de ser recuperadas, están recuperadas ya, forma parte de ellas.
Lo que me parece extraño es que en algunas de esas aportaciones (como limpiar las mesas de un restaurante de comida rápida gratis) en realidad estás siendo muy obediente y, no sé si generoso, en cualquier caso no parece que estés haciendo una maldad y, sin embargo, esa es la impresión. Casi como cuando se les dice a los niños que si están haciendo algo bueno o están calladitos es que algo traman. Creo que ese exceso de obediencia y de generosidad debería al menos ruborizar a Burger King, si existiera el Sr.Burger King. Pero las responsabilidades se diluyen en estructuras jerárquicas laberínticas y todo el mundo hace lo mismo, así que hay mucha gente susceptible de deber ruborizarse. Por otra parte se trata de una acción paraclandestina: trabajar gratis esta prohibido, pero un poco menos que gratis no, de manera que no veo la necesidad de coger ese un poco menos que gratis.
Bien, entonces si no hay resistencia, sí hay una actitud crítica tanto aquí como en otras acciones más ligadas al mundo del arte. Hay una actitud de consciencia y un intento de buscar escapatorias probablemente, sí, de crítica. Pero creo que la crítica no sirve para nada y menos en este contexto en el del arte. Preferiría insultar a criticar. Por ejemplo, el tipo que trabaja en el burger king cobra seis euros a la hora en su contexto, mientras que haciendo lo mismo 5 minutos en el contexto arte por 0 euros a la hora el valor de ese trabajo se multiplica exponencialmente. Lo mismo sucede al vigilar al vigilante, en esta acción además del vigilante que me vigila hay una cámara de 360º en el techo que también me vigila, el precio de su vigilancia no es el mismo que la mía, y la mía es la alegal (en el Museo del Prado está terminantemente prohibido grabar en vídeo). Esta situación se debe desde luego al contexto arte en dónde termina todo.

Entrevista a Karmelo Bermejo (2006). David G. Torres


En contra de la institucionalización del arte… perdón me parece una soberana hipocresía, o si no, que es peor, me parece ignorancia malintencionada.
Este señor expone en un Museo y ni él ni el Museo tienen ninguna intención de acabar con la institucionalización del arte, es más, trabajan para ello.
Lo explica muy bien Simon Seikh:
Las instituciones artísticas, comprendieran o no el trabajo de los artistas, se veían como espacios de circunscripción y, en palabras de Robert Smithson, de “confinamiento cultural” factibles de ser atacados estética, política y teóricamente. La institución se planteaba como un problema (para los artistas). Ello contrasta con las actuales discusiones crítico-institucionales que parecen propagarse predominantemente por parte de curadores y directores de las mismas instituciones, discusiones que, por lo general, argumentan a favor antes que en contra de las instituciones. Es decir, no consisten en un esfuerzo por oponerse o destruir la institución, sino que buscan modificarla y solidificarla. La institución no es sólo un problema, ¡es también una solución!
[...]
¿qué sucede cuando la práctica de la crítica y el análisis institucional se ha traspasado de los y las artistas hacia los curadores y curadoras, críticas y críticos, y cuando tanto artistas como curadores han interiorizado la institución (mediante la enseñanza, el canon de la historia del arte y la práctica diaria)? Analizado en los términos de una dialéctica negativa, este proceso parece señalar la cooptación total de la crítica institucional por parte de las instituciones (lo que implica, por extensión, la cooptación de la resistencia por el poder), lo que convierte a la crítica institucional como método crítico en algo completamente obsoleto. La crítica institucional, cooptada, sería como una bacteria que quizá haya debilitado temporalmente al paciente, la institución, pero sólo con el fin de fortalecer su sistema inmunitario a largo plazo.
http://eipcp.net/transversal/0106/sheikh/es
Comentario al artículo Bartleby en el museo (o Contra la institucionalización del arte)

sábado, 8 de octubre de 2011

Architecture. The shipping container

The shipping container, you see, is something of a minature, portable, re-definable border. When it is sealed, goods are frozen in their country of origin, and cannot be removed from that country through any physical operation short of breaking the seal and stealing them. In this way, the shipping container is like a bizarre embassy: portable instead of stationary, for goods instead of people, logistical instead of architectural, but similarly self-contained and exported territory. Both the shipping container and the embassy reveal that borders are, at the same time, fictional — receiving their status as entities that exist through the agreement to treat them as though they exist, and thus being as malleable as we collectively decide we want them to be — and quite capable of affecting material relations, as noting that they are fictional by no means implies that they lack the capacity to draw geographies or generate landscapes.
[...] No person could arrive at the border of the United States, declare himself a microcosm of China, and travel freely to the airport customs line of her choosing; the comparative freedom granted to the movement of goods seems appropriately representative of the relative primacy of consumer goods in the post-Fordist economy. Perversely, the container is even co-opted by people desperate to emigrate from or immigrate to certain nation-states — essentially, people attempt to pass as goods, in order to obtain the legal advantages conveyed on goods.
[...] Even though the spatial qualities of the box are transformative, the form of the container is ultimately not what it is interesting about the container; what is interesting and important about the container is the way that it enables and generates new landscapes. This is not to say that is impossible to do interesting architecture with shipping containers. It is just as possible to do interesting architecture with shipping containers as it is possible to do interesting architecture with chain-link fence, corrugated aluminum, or any other industrial material. But the power of the shipping container cannot be appropriated by using the object in alternate contexts, because the power of the object comes from its capacity to shape its context.
Keller Easterling said this well in a 1999 piece for Perspecta, “The New Orgman”; though the portion of the piece that we quote here refers to the architecture of mid-century suburbia, the piece later touches on ports and containers, and the quote applies equally well to the container:
“The architecture [is] organizational. The organizational protocol [is] not merely that which facilitate[s] architecture; it [is] architecture… For architects, nouns and objects that can be identified with formal nomenclature are more familiar than processes, verbs, and games. It is hard to grasp the idea that the medium is the message or that the organization is the content.”
Hard, but worthwhile.

"Border box", mammoth.