sábado, 25 de febrero de 2012

La "otra" África

[...] The Okwui Enwezor School paints a bleak picture of Africa, as if nothing worthwhile is happening on the continent. The School has developed a complex, bizarre philosophy based on the writings of V.Y. Mudimbe and Paul Gilroy. It suggests that Africa and African culture are imaginary concepts, a figment of the imagination, that no common African culture exists. It says that the real Africa is the African Diaspora, the Africa that has come in contact with the West. Based on this false and unfounded philosophy, all their curatorial work and writings on contemporary African art are skewed in favor of the few African artists domiciled in the West, in Europe or America, marginalizing the bulk of their counterparts who live and work on the African continent.
[...] It is not with animosity that I interrogate Okwui Enwezor’s curatorial work. Some colleagues of mine, interestingly, all living abroad, have tried to restrain me from going ahead with my critique. Some have suggested that Enwezor has become so powerful that he could easily destroy me. Others see a criticism of Enwezor as an indirect attack on the whole establishment of contemporary African art, which, to them, has struggled so much to get to its present height and must be spared any reproach. This is even more the reason why Enwezor’s role in African art must be brought to close scrutiny. He has become the apotheosis synonymous with contemporary African art in the West, in fact, the sole advocate. Anything he spills out there, the art world would swallow whole-meal without question, because it comes from Okwui Enwezor.
[...] I am proud I was one of the first to hail Okwui Enwezor as far back as 2003, when few people knew him on the African continent. In an international conference paper, I praised him as unmatched: “the non-pareil African Art Historian, Critic and Curator.” But he is beginning to go crooked. And I am only being a voice of the worried observers, the voiceless masses.
The undue focus Okwui Enwezor and his coterie pay to African Diaspora artists only smacks of selfish motivations and curatorial laziness. With Enwezor’s meteoric rise to the apogee of the curatorial world, could he and his team not go back home to Africa, to help build the necessary structures and platform for the advancement of contemporary art on the continent? But because of their continual stay in the West, they have instead had to create the erroneous impression to the world that there is not much art happening on the continent of Africa, that if you want authentic contemporary African art, just look to the West. Look to the African Diaspora, which, to them, is the real Africa.
[...] It is easy to recycle the same old names. These artists live in the West, they have visibility and accessibility. It is expensive, of course, to undertake frequent field research into Africa, to visit all the countries on the continent to find out what is currently happening on the ground. African contemporary art is in a dynamic and complex flux, and it is difficult to keep pace. A survey book on contemporary African art written today will be outdated in three years, at most. The creative energy of the African continent is simply overwhelming and has not been documented or theorized enough. It is almost impossible to keep abreast with it. And that is exactly what I expect Enwezor and his team to attempt to do, but they prefer the easier pathway, which I call lazy curatorship, for want of a better expression – sitting comfortably in their studies in Europe and America, turning over the same old Western-based names, over and over again, in their representations of Africa.
[...] The utopia of globalization which Enwezor postulates presumes egalitarianism, with the free movement of people and goods around the globe. But the reality of the situation as exists now debars the African access to that free movement and full participation in the globalization process. Visa procurement alone to a Western country for an African is a harrowing experience, to say the least. Apart from the many requisite demands and very vigorous and sometimes humiliating procedures applicants are subjected to, astronomical visa fees are taken from applicants only to be refused the visa; the visa fee is never returned.
This almost amounts to a rip-off, not to mention the endless, winding, labyrinthine queues in the scorching sun, which El Anatsui so well captured in his famous installation Visa Queue. Okwui Enwezor, the high-priest of Globalization and open borders himself, recounts how, ironically, he was once refused an entry visa to Italy by the New York Italian Consulate, ostensibly because of his African name, even though he was carrying an American passport. He had already been named the Artistic Director for the Johannesburg Art Biennale and was in the process of putting the show together.
Unless and until the visa policy of Western countries towards Africans is changed, Africans cannot be considered to be full participants in the homogenization of cultures in the globalization process.

Rikki Wemega-Kwawu: The Politics of Exclusion: The Undue Fixation of Western-Based African Curators on Contemporary Africa Diaspora Artists - A Critique.

jueves, 23 de febrero de 2012

Falta de criterio y paranoia cómplice

Ante el acelerado desarrollo de las tecnologías de la información, el surgimiento de nuevas prácticas sociales y la redefinición de las relaciones entre productores y consumidores, Guattari habló de una inevitable "transición desde la era consensualista de los mass-media a una era disensual postmedia", proponiendo una línea de trabajo que en los últimos años ha sido ampliamente desarrollada, en relación con las nuevas formas de concebir la creación, el espacio público y la política, y a través de conceptos como conocimiento distribuido, inteligencia colectivaestructuras horizontales o código abierto.

Con recursos relativamente modestos, hoy tenemos acceso a más y mejor información de la que podíamos siquiera imaginar hace apenas un par de décadas y disponemos de múltiples mecanismos para filtrarla y contrastarla individual o colectivamente. No dependemos de la sanción institucional ni estamos a merced de la manipulación mediática, porque podemos consultar tanto las fuentes que citan como las que marginan deliberadamente en sus relatos. Las condiciones son realmente propicias para la conformación de una verdadera esfera pública crítica, de espacios de cuestionamiento del pensamiento establecido, y sin embargo parece que naufragamos, reiteradamente, en la anemia discursiva.

Nadie puede negar que la nuestra sigue siendo una era esencialmente consensual. El enfrentamiento, cuando no es partidista e interesado, es mera dramatización: o bien responde a la necesidad de sostener una polaridad política o económicamente rentable (véase el esperpéntico teatrillo de los partidos de derecha y de izquierda en el nuestro y otros estados cercanos) o bien a luchas de poder en torno a objetivos comunes (entre empresarios, políticos, altos mandos privados o públicos...). De la ideología y las argumentaciones racionales no queda ni el recuerdo.

A esta dolencia, en su vertiente estrictamente política y en el ámbito español, muchos la llaman cultura de la transición, pero es fácil identificarla respondiendo a otras causas en otros contextos. En Web Aesthetics: How Digital Media Affect Culture and Society, Vito Campanelli critica lo que define como disensión ritualizada -el conjunto de fórmulas expresivas que permiten matizar sin rebatir la producción u opinión ajenas- antes de hablar de lo que Lovink, en relación con los grandes festivales de new media como Transmediale y Ars Electronica, denomina cultura tribal de consenso, y de la paranoia cómplice que, a propósito del mundo del arte, describe Baudrillard:
"Después de pasar varios días en uno de los grandes festivales europeos de arte y cultura digital, tuve la impresión de que se trataba de una comunidad en la que la amistad y los buenos modos eran norma. Risas, apretones de manos y palmaditas en la espalda dominaban una atmósfera despreocupada, en la que los participantes estaban a salvo de corrientes amenazantes [...] Esta es una escena que elude constantemente la posibilidad del juicio crítico, dejando espacio únicamente para un partage à l'amiable, ément convival, de la nullité"
Asumir que existe un (tácito) consenso corporativista es duro, pero hay un hecho aun más difícil de digerir: la falta de criterio. No hablamos sólo del arte contemporáneo, ni de la retórica digital, ni de la vida política; seguimos atrapados, a todos los niveles, en la estrechez discursiva massmediática, incluso en nuevos escenarios, como Twitter, en los que confundimos a menudo comunicar en 140 con pensar en 140. Una confusión que en el día a día genera más tics que estridencias pero que la menor piedra informativa deja al descubierto, evidenciando que alguno no conoce ni la naturaleza privada ni la política de control de contenidos de la red social que lleva años utilizando diariamente. Nos cuesta ir más allá del titular, del comentario del tuit al artículo que enlaza, de la primera página... Nos obsesiona tener razón, pero lo importante es tener argumentos en lugar de adherirse a uno de los polos del debate -siempre maniqueo- para repetir hasta la saciedad tópicos y frases hechas.

En este punto, no obstante, suele alzarse la madre de todas las falacias: que cada uno tiene su opinión y que todas son igual de válidas (entre esto y el reductio ad hitlerum cualquier discusión queda reducida a cenizas a las primeras de cambio). Una de dos: o no hay opinión sin criterio o podemos hablar de opiniones no documentadas e irracionales.

En el mundo del arte -en el de las Humanidades, en general, y muy especialmente en los circuitos académicos- la paranoia cómplice se ha convertido en cáncer. Con eso de que no hay números, cada uno opina de lo que le place como tiene a bien y los demás -salvo enfrentamiento personal- callan esperando recibir el mismo trato. Ni siquiera los errores de bulto pasan factura. En Italia, por ejemplo, acaban de advertir que una talla de madera recientemente descubierta no es obra, como pensaban, de Miguel Ángel. "Sorprendentemente", con anterioridad varios expertos se habían cansado de predicar su excelencia y ratificar la falsa atribución. El problema no es que errasen, sino que juzgasen gratuitamente y sin esgrimir razón alguna.

No faltan, tampoco, casos cercanos. A los gallegos, sin ir más lejos, nos vendieron como imprescindible una colección de piezas de "dudosa" calidad echando mano de imaginativas atribuciones de autoría a Mantegna, Miguel Ángel, Tiziano, Tintoretto, Caravaggio y otros nombres de primera fila. Algunos alertaron del despropósito sin hacer ruido, pero de la credibilidad de los responsables del invento no queda ni rastro.

¿Y la "Gioconda del Prado"? De bagatela a estrella en quince minutos. Que los aficionados puedan cegarse con el mito, como cuando se arremolinan ante la Gioconda -del Louvre- ninguneando la cercana Virgen de las Rocas, pase, pero la pasión por el hype de los conservadores sólo puede explicarla la imparable mercantilización de la institución museística. "La pintura -me decía hace unos días un artista en un contexto muy diferente- tiene que sostenerse por sí misma, no por su autor ni por quien la exhibe". La suya es una especie en peligro de extinción, claro: habla de lo que ve, no de lo que se espera que vea.

Acertar o equivocarse, en suma, pero con criterio. El juicio crítico como alternativa al espectáculo, los galones, el pedigrí y el fetichismo; como primer paso para erradicar esa cultura de palmaditas en la espalda y felicitaciones indiscriminadas a los colegas.

lunes, 13 de febrero de 2012

El arte, ese activo financiero

Con ARCO 2012 calentando motores, lo mejor que se me ocurre es tirar de archivo y recuperar mi post sobre la edición del pasado año. El tiempo pasa, la cantinela permanece. Por alguna extraña razón diarios y revistas especializadas intentan demostrarnos sin descanso que ARCO es, más que un evento comercial, un espacio de experimentación e investigación en el que se dan a conocer las propuestas creativas más interesantes y rupturistas.

Lo complicado de digerir, no obstante, es que, efectivamente, a este paso y una vez fagocitada la institución, pronto del arte contemporáneo sólo quedará el mercado. Es sintomático que incluso críticos e historiadores den por sentado que la discusión no puede ir más allá de la banalidad ferial, que lo mejor es ponerse cómodo y comentar el desfile de cada temporada. Martí Manen tiene mucha razón cuando afirma que se ha roto un viejo equilibrio:
El contexto institucional funcionaba como un contrapeso, como un componente donde aparecía la legitimidad y donde se podían marcar ritmos propios seguramente más pausados. También la capacidad de experimentación podía ser mayor, ya que no existía la necesidad de sacar un rendimiento económico a la de ya mismo. El contexto institucional incorporaba la investigación en sus procesos y, sin negar su conexión con el mercado, era capaz de lanzar propuestas que a priori parecían incorporar cierta dificultad para las formas y modos del comercio.
[...] El "pacto" entre agentes entendía que el contexto institucional equilibraba el mercado, que cada uno de ellos definía algo de una totalidad y que las distintas aportaciones y modos de hacer eran favorables para el conjunto, entendiéndose el conjunto tanto el mundo del arte como también la sociedad. La función del museo superaba el tiempo presente para ser archivo y futuribles. El proto-centro de arte se convertía en ese lugar donde algo estaba en proceso de definición.
[...] Los resultados tienen que ser económicos y no sirve ya ni la palabra educación como sistema de defensa. A las instituciones se les obliga a su mercantilización. Los políticos celebran que la financiación privada vaya ganando enteros y presentan como modelos a aquellas grandes instituciones que más camisetas y postales venden, logrando así un tanto por ciento mayor de financiación propia, como si "propia" no fuera la pública.
Cómo estará la cosa para que tengamos que reivindicar el papel de la institución... Pues a este nivel de profundidad, para ser exactos; en plan quedar con los amigos, tomar unas cervezas y concretar el plan del fin de semana. Y el tema empeora a medida que nos ponemos serios, porque la tertulia mediática tiene dos debilidades: aplicar el mito romántico del genio creador al coleccionismo, convirtiendo algo tan sencillo como una transacción comercial en una epopeya, y cultivar el hype a través de palabros como postgraffiti.

Para los que todavía no lo sepan, el postgraffiti es, más o menos, lo que ocurre cuando alguien que piensa que "el arte urbano supone una inexorable apropiación del soporte sobre el que está creado", que es efímero por definición y que no puede ser asimilado por el mercado expone su obra en el stand de El País en ARCO. Lo han entendido bien: el postgraffiti no existe, pero a buen seguro hace las delicias de alguno de esos incomprendidos mecenas que luchan a brazo partido por salvar el arte contemporáneo comprando de feria en feria.

No me malinterpreten, no se trata de proscribir el arte comercial ni de cuestionar a sus agentes, sino de exigir un mínimo de decoro a la hora de poner las cartas sobre la mesa. Esa papilla de mercado, institución y transgresión domesticada que nos venden no hay quien se la trague; ese travestismo del gestor que es comisario, crítico, art dealer y artista mientras pontifica sobre la necesidad de profesionalizar el sector no es ético. Todo sería más fácil si explicásemos que ahora práctica artística e institución son consecuencia, no causa, del mercado. Así tendríamos un buen punto de partida para interpretar lo que ocurre dentro y fuera del circuito comercial artístico.

Pero el sistema juega otra carta: la de disimular sus muchas incoherencias en un funcionamiento opaco. Por eso difiero de Brian Droitcour cuando critica a VIP Art Fair por hablar de exclusividad pese a no poder evitar ser "una pestaña más en nuestro navegador". Voluntaria o involuntariamente, VIP Art Fair se muestra como lo que es, un buen portal de ventas, y esos términos que desconciertan a Droitcour -como "privacidad" y "VIP"- están más cerca de la estrategia de marketing de cualquier private shopping club que del exhibicionismo de las grandes ferias.

Nos hemos alejado tanto de verdades tan obvias que tiene que venir un periodista especializado en economía a recordarnos que "el arte se ha convertido en un activo financiero" y que su mercado "es el menos regulado del mundo". Léanlo, por favor, porque es lo más elocuente y honesto que se ha publicado estos días a propósito de la feria.

miércoles, 1 de febrero de 2012

¿Por qué son pobres los artistas?

 "La razón de la pobreza de los artistas y de la disparidad de ingresos entre las estrellas y los curritos del arte es sencilla: el mundo del arte neoyorquino es injusto y desequilibrado porque América es injusta y desequilibrada. La verdad es que no me importa ser pobre. Lo que llevo mal de serlo es saber que estaría mucho peor si tuviese un casero predador que creyese que puede explotarme porque soy pobre; si supiese que si alguien de mi familia enfermase no sólo no tendría nada para ayudarle sino que nadie podría hacerlo en mi lugar; si la gente me odiase por mi pobreza. La imagen que viene a mi mente desde hace tiempo es la de los bancos públicos: aquí, en Nueva York, los bancos públicos están divididos en secciones lo suficientemente pequeñas como para que un hombre no pueda acostarse en ellos. En vez de para ayudar a cobijar a quienes lo necesitan, los urbanistas americanos han sido reclutados para hacer los espacios públicos espacios inhabitables para los sin techo. Los artistas no necesitarían tratamiento especial para su pobreza si los pobres no fuesen abandonados hasta ese punto.
[...]
Los artistas tienen que dejar de pensar en sí mismos como una marginalidad especial, ajena a los burdos intereses comerciales u obsesionada en venderse. Somos pobres. Pero que lo seamos no significa que no debamos tener acceso a la sanidad pública o no podamos ir al dentista. La pobreza no debería exponernos a la depredación, ni excluirnos de la educación, ni obligarnos vivir con miedo de cualquier percance que podamos sufrir en la calle. Lo más radical que puede ser un artista hoy es pobre. No lo digo en el sentido de "el proletariado" o "los trabajadores". Los artistas contemporáneos son pobres consumidores -una clase que generalmente asociamos a las rebajas de Walmart-, pero el consumismo fue conceptualizado por los Cold Warriors como Charles Eames como respuesta a la amenaza que representaban para las clases altas las promesas de los Soviets. Para contrarrestar la igualdad económica radical que proponían los comunistas, el consumismo prometía "lo mejor, para la mayoría, por lo mínimo". No hay razón para pensar que esa promesa deba extenderse a los televisores de pantalla plana y no a la sanidad y la educación."


John Powers: See Red: W.A.G.E. Asks "Why Are Artists Poor?"

Disculpad la traducción, libre donde las haya (enlaces incluidos).