"Arco 2011 pierde galerías y gana calidad", publica Expansión. Lo de los medios de comunicación / voceros no tiene nombre: podrían, al menos, tener el detalle de esperar a que comience la feria para dar por cierta la proclama de la organización...
En cualquier caso, el titular nos brinda una interesante reflexión: en el contexto de una feria comercial ¿qué debemos entender por calidad? Esto de la industria cultural es una suma de contradicciones: ¿quieres vender o quieres generar cultura? Ya sé que se pueden hacer las dos cosas pero, no lo neguemos, es difícil conciliarlas: o remas en una dirección o remas en la contraria.
Esta disyuntiva remite a una de las grandes paradojas del sector del arte contemporáneo: a la hora de vender, se considera a sí mismo industria, con todas las de la ley; a la hora de comprar, se desmarca, exige subvenciones y habla de bienes que exceden el alcance de lo comercial. ¿En qué quedamos?
Pretender que una cita estrictamente comercial se rija por criterios de calidad expositiva no tiene ni pies ni cabeza. Cualquiera que ha estado en una gran feria -no importa cuál- sabe que la palabra adecuada para definirla es saturación. El metro cuadrado en IFEMA es realmente caro, y hay que amortizarlo. Nada reprobable, ¿verdad? ¿Por qué, entonces, se nos llena la boca hablando de "calidad" y "cultura"? ¿Estamos hablando de lucro empresarial o de bien común? ¿Para qué pagan los expositores, para vender o para deleitarnos?
En el ámbito artístico perviven ciertos prejuicios. "Vender", así, a palo seco, como en la plaza de abastos, queda feo; hay que vender, pero con glamour, entre ceremonias, presentaciones, excesos retóricos y un anacrónico boato. Son los complejos del sector: las galerías reclaman su posición en la industria pero sufren reacciones alérgicas cuando son equiparadas cualquier otro tipo de "tienda". Parece que artista, galerista, crítico y comisario viven más allá de las vulgares transacciones comerciales, pero a nadie se le escapa que las necesitan.
Creo que sería mucho más elegante, sincero y honesto acabar con esta pantomima. Como historiador del arte, me encanta que se aprecie mi trabajo, pero creo que, a la hora de captar clientes, vender y administrar, un publicista, un comercial y un gestor lo harán mejor que yo. No me parece una verdad tan difícil de digerir.
Una alternativa, no obstante, es aspirar a que la creación cultural contemporánea reciba una consideración especial, pero en ese caso me parece absurdo pretender integrarla a medias en el tejido económico, tomando lo que interesa y desechando lo que no conviene. O aceptas las imposiciones del mercado o rechazas tomar parte en su juego. Lo demás es autoengañarse, entremezclar sin criterio ferias, bienales, exposiciones privadas y públicas, y hasta iniciativas de acción comunitaria... Generar, en suma, un clima de confusión en el que unos pocos salen muy bien parados, mientras la cultura y la ciudadanía pierden.
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