Cada vez que leo o escucho la expresión "industria cultural" viene a mi memoria la célebre afirmación de Groucho en Un día en las carreras: "inteligencia militar es una contradicción de términos".
Siempre me ha fascinado que se puedan conciliar de esa manera los términos "industria" y "cultura", pero ahí está esa maquiavélica asociación, más vigente que nunca. El Consello da Cultura Galega, sin ir más lejos, dio comienzo hoy a unas jornadas que, bajo el título de "Arte + Grandes eventos", analizan el conflicto entre arte y espectáculo.
Arturo Rodríguez Morató, José Luis Pardo y Santiago Olmo han sido los primeros en intervenir, pero de sus respectivas aportaciones apenas tenemos una breve reseña en la web del CCG. Los vídeos de las conferencias llegarán en los próximos días -espero- para aquellos a los que el trabajo nos ha impedido asistir.
De momento, y a la espera de material adicional para hacer valoraciones, me gustaría apuntar algún detalle:
En primer lugar, es curioso que hablemos de la industria cultural pero sigamos sosteniendo, desde un prisma teórico, la autonomía del Arte (nótese la mayúscula) y un supuesto distanciamiento crítico en relación con el hecho artístico (me pregunto cómo puede ser tal hecho localizado y diferenciado en el seno de la industria, esto es, en la galería, el museo, el mercado...). En otras palabras, si asumimos que el sistema económico ha fagocitado nuestra vieja concepción del Arte, no parece oportuno que sea la propia industria -o, más bien, la "masa cultural", en palabras de Bell- la encargada de diferenciar el objeto artístico del mero producto de consumo (si es que tal distinción puede tener lugar en el contexto presente).
En segundo lugar, y en relación con lo anteriormente expuesto, es necesario profundizar en esa voluntad del Arte (en tanto que institución) de permanecer ajeno a "todo lo demás". Cuando hablamos del arte como "industria cultural" todo tiene cabida, empezando por el primero que coge un micrófono (los medios utilizan la denominación "artista" de manera absolutamente indiscriminada); cuando hablamos del "gran Arte" ni siquiera Pink Floyd es bienvenido. En ocasiones decimos "Arte contemporáneo" y, paradójicamente, barremos de un plumazo el 99% de la cultura contemporánea, es decir, todo lo que acontece al margen del espectáculo de los grandes centros e instituciones artísticas.
Pongamos un ejemplo: Susan Philipsz forma parte de la supuesta elite de la creación. Es "artista sonora", que no música, es decir, se adapta al patrón expositivo tradicional, al modelo museístico, a la lógica del mercado; los músicos, por el contrario, no, entre otras cosas porque sus discos se venden por millones y el viejo sueño del "aura" de la Obra de Arte ha sobrevivido a Benjamin, a las tecnologías de la información y hasta al sentido común. Es curioso, en este caso concreto parece haber más transparencia y "sentido" en un sector estricta e indisimuladamente industrial que en torno a los anhelos de independencia del Arte. ¿Se invierten acaso las tornas?
En las últimas páginas de Cultura RAM, José Luis Brea (terrible pérdida la suya) reclama una crítica que opere desde fuera del sistema, cargando de manera durísima contra esa concepción de la crítica como parte indispensable del propio establishment, como ese fingido contrapoder, como mera ficción interesada. En su opinión, el sistema asume y gestiona la crítica de su propio funcionamiento, anulándola de facto.
En sus propias palabras, "esa condición refractaria, blindada a la crítica exógena [...] se sostiene ahora muy ladinamente en la invocación -estratégica se dice- del carácter autónomo del arte, acaso la fabulación más tramposa que se ha tomado la decisión de mantener contra toda evidencia como irrenunciable herencia y legado de la invención moderna del arte contemporáneo [...] la práctica artística no es sino un hacer generador de narrativas e imaginarios [...] La suposición de que esas narrativas e imaginarios abanderan valores supuestamente antagónicos ignora [...] el principio mismo de toda la tradición de la crítica de la ideología: que la forma que ésta adquiere nunca es veraz y directa. Que la ideología nunca enuncia los valores de lo que encubre, sino antes bien las retóricas que lo hacen (a eso encubierto) tolerable, convivible, aceptable como escenario de la vida común)".
El reto, en efecto, consiste en desnudar la cadena de intereses y circunstancias (no necesariamente negativos, matizo) a la que obedece la producción artística (cultural, en sentido amplio), en lugar de perseverar en el aislamiento del Arte, en esa autonomía falaz que no hace sino alimentar un ingente círculo vicioso.
uenos días a todos y muchas gracias por compartir tanto sobre arte. Para los que estamos dando los primeros pasos, este tipo de recursos nos ayuda mucho a aprender y mejorar. Les comento que hace un tiempo hice un curso y empecé a producir mis propios diseños. Estaría bárbaro que nos recomienden también otros sitios en donde salir a vender el diseño que producimos. Gracias y saludos desde Temperley, Buenos Aires!
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