En el último número de A*Desk, Clara Paolini dedica un artículo a La Noche en Blanco, poniendo sobre la mesa algunas de las cuestiones fundamentales en relación con éste y otros eventos similares, a saber: la falta de criterio, la tergiversación del (teórico) propósito inicial y la banalización del contenido en favor del continente. En este sentido, suscribo gran parte del artículo.
Sin embargo, contrastando con su moderado optimismo y con su apuesta por una vía "reformista", yo me cuento entre los más escépticos: tengo claro que, en gran medida, La Noche en Blanco hace honor a la expresión que le da nombre y que, efectivamente, hay un problema de base.
Dice Paolini que "cultura y espectáculo van intrínsecamente unidos". Quiero creer que no, sobre todo porque considero que uno de los grandes valores de la cultura consiste en hacer visible / inteligible esta "conflictiva" asociación, reflexionando sobre los mecanismos que someten los procesos de producción artística a intereses de cualquier género.
Por otro lado, no estoy de acuerdo tampoco con que sea necesario "maquillar" la cultura para intentar "impresionar" al público. Atendiendo a estos términos, parece que la cultura es patrimonio de alguien o de algo (¿de la "industria cultural", tal vez?) y que es necesario acercarla a quienes no la poseen. Afortunadamente, las tecnologías de la información han fomentado procesos de creación abiertos y colaborativos, democratizando la participación en el escenario cultural y dando voz a quienes no suelen tenerla. El resultado, como sabemos, es que fuera de los grandes centros culturales se produce más -y muchas veces mejor- que dentro de ellos. Por todo esto, creo que es posible obtener resultados mucho más interesantes permeabilzando las iniciativas culturales públicas que manteniendo contra viento y marea sus tradicionales "grandes citas", condenadas a naufragar en discusiones sobre su dirección y comisariado (inconveniente propio de los modelos de gestión verticales).
Esta idea, por cierto, nos conduce al último razonamiento de Paolini, que afirma, no si razón, que es más fácil quejarse que ofrecer alternativas. A mi modo de ver, no son ideas lo que falta, lo que ocurre es que es necesario aparcar cualquier prejuicio y juzgar la validez de las propuestas sin importar que quienes las aporten sean personas o grupos totalmente ajenos a la "escena" cultural (algo que, paradójicamente, sólo puede ser beneficioso).
En cuanto a la última pregunta... ¿Una manera productiva de invertir esos 840.000 euros de presupuesto de La Noche en Blanco? Posiblemente la clave radique en que no hay una manera de invertirlos, sino muchas, y en que con ese dinero podrían ser sufragados decenas de micro-proyectos, tan localizados como transparentes, sacrificando la repercusión mediática en favor de la efectividad y de la capacidad para generar participación.
Descentralizar el reparto sólo podría traer consecuencias positivas, ya que evitaría tentaciones, anularía posibles intereses y, lo que es mejor, enfrentaría visiones e ideas, produciendo un diálogo real y una implicación efectiva, basada en la disensión; en las antípodas, por tanto, de los grandes medios y su tendencia a producir el más estéril consenso. Dicho de otro modo, supondría renunciar a un ejercicio de estilo para promover una comunicación productiva y no mediatizada, esto es, una genuina esfera pública.
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