viernes, 24 de diciembre de 2010

De la Ley Sinde a la Redada2: qué es proteger la cultura y qué no

El pasado miércoles 22 tuvo lugar la segunda #redada, una convocatoria pública y abierta, inicialmente pensada para defender la neutralidad de la red y rápidamente ampliada como foro en el que abordar temas como Wikileaks, la situación de los medios de comunicación o la celebérrima ley Sinde, uno de los temas más y mejor tratados en el debate por motivos obvios.

Se ha escrito y dicho mucho en relación con este asunto. Algunas cosas muy buenas, otras realmente infames, aunque el denominador común ha sido un tratamiendo (des)informativo que ha abogado por simplificar y polarizar el debate en torno a una dicotomía arbitraria y ficticia: internautas/piratas vs. creadores.

No es mi intención entrar en cuestiones legales, primero por mi falta de formación en la materia y segundo porque otros se han ocupado de hablar con propiedad al respecto. Lo que me preocupa es la insistencia de los grandes medios de comunicación en fomentar la prostitución del término cultura y en reducir la creación artística a la producción industrial audiovisual e impresa.

Existe un problema de base, y es que la palabra cultura designa conceptos muy diferentes. Albano Cruz ha hecho una aproximación a esta idea partiendo de Raymond Williams, aunque hay muchas y diversas perspectivas. En un sentido genérico, todo lo que producimos es cultura, es decir, aquello que cada sociedad genera a nivel material e inmaterial y que, por tanto, la define y estructura. Sin embargo, es obvio que el debate sobre la necesidad de proteger la cultura debería referirse a algo más específico, tal vez a lo que Chiu Longina define como producción cultural significante, y que engloba tanto lo que tradicionalmente se conoce como producción artística como toda aquella actividad intelectual que, cada vez más, produce sentido, interviene de manera crítica la realidad inmediata y genera procesos de "intelección colectiva" del mundo. Es decir, ese gran proceso de reflexión sobre la actividad humana y su producción estética (sigo dando vueltas en círculo alrededor de una frase inapelable de Duchamp: "el arte es un juego entre los hombres de todas las épocas").

Desde esta perspectiva, que representantes de la industria cultural -esto es, industria del entretenimiento- se pronuncien en representación del arte y la cultura es, sencillamente, un insulto a nuestra inteligencia. Y esto no tiene nada que ver con la manida dicotomía entre cultura de masas y cultura de elite; muy al contrario, no puedo concebir nada más restrictivo, privativo y elitista que pretender circunscribir toda la producción cultural a un determinado sector industrial, con capacidad para decidir qué artistas/obras legitima y cuáles no. Si el criterio que dictamina la condición de artista de un individuo o colectivo es su capacidad para participar en un engranaje comercial, estamos perdidos.

A este insidioso punto de partida cabe añadir otro presupuesto erróneo: la industria habla de un atentado contra la creación identificando determinados productos (pseudo)culturales con cultura. Es la música la que es cultura, no un determinado CD o canción que, descontextualizado, no dice absolutamente nada (a veces, ni siquiera contextualizado dice algo bueno...). Son las herramientas y procesos de creación en todos los ámbitos las que nos remiten a la cultura, no su interesada instrumentalización con arreglo al lucro económico. En otras palabras: algo terriblemente perjudicial para un productor cinematográfico puede ser increíblemente beneficioso para el desarrollo del cine como forma artística/cultural.

Me quedo con una elocuente respuesta de Javier de la Cueva a uno de los lectores con los que habló ayer en Público:

Marcos: Hola. Soy productor. Los DVDs de mis pelis estan en todas partes a 6 euros, no vendo uno. En la mula hay siempre 50 bajando la menos popular. Series Yonquis las ofrece con anuncios. ¿Que solucion propones para que pueda seguir produciendo?
 
Javier de la Cueva: Hola, Marcos. ¿Y por qué tienes que seguir produciendo? El desarrollo de la tecnología ha destrozado muchos negocios, entre otros el tuyo, lo que es una desgracia porque se lleva por delante vidas personales. Detrás de las empresas no hay sólo empresarios desalmados que no respetan los derechos humanos sino también empresarios honrados y terceros inocentes. No tener esto en cuenta es algo que se está dando en ambas partes de la contienda. Lamento tu situación.
Ahora bien, lo que no es de recibo es la actividad del Gobierno que no impulsa lo que debiera hacer, que es la reconversión industrial. En lugar de empeñarse en mantener una industria que consume subvenciones, debería establecer unas pautas temporales de modificación de los negocios, identificación de los perjudicados y ayudas públicas para la reconversión. Es más fácil criminalizar a la sociedad y olvidar que los mismos que venden las herramientas para la piratería son los que luego se quejan de ser pirateados (Sony, entre otras).
Cuanto más tarde inicie el Gobierno la reconversión industrial, peor para todos, porque lo que se está haciendo es impedir el desarrollo tecnológico. Google jamás podría haber nacido en este país.

Efectivamente, el seísmo tecnológico de las últimas décadas ha reconfigurado el escenario socioeconómico de una manera radical. Se trata de cambios irreversibles que aniquilarán todas aquellas iniciativas empresariales que no sepan adaptarse a las nuevas reglas del juego. Nada nuevo bajo el sol, nada por lo que alarmarse. Algunos ya se han dado cuenta; pero otros no quieren entenderlo.

Es necesario proteger la cultura, pero eso no tiene absolutamente nada que ver con la actividad desarrollada por las llamadas empresas culturales. Para que nos entendamos: que Alejandro Sanz lance un nuevo disco, que lo venda o lo deje de vender, no tiene ni el más mínimo efecto sobre ese "rico acervo cultural" del que, según Teddy Bautista (cuya aportación a la cultura es de sobra conocida por todos), nos veremos privados en caso de no promulgar leyes como la que nos ocupa, defendida por algunos "creadores" porque "no había otra mejor" (espero que los legisladores no decidan regirse por este criterio a menudo).

En relación con este cúmulo de despropósitos, algunos ya han rebatido las falacias repetidas por los "creadores" con argumentos y con datos, demostrando que ni siquiera su negocio se ha resentido en la medida que afirman.

En cuanto a los que nos preocupamos más por la cultura que por el negocio, ¿qué es lo que debemos defender? ¿en qué dirección debemos trabajar? Es importante reiterar la necesidad de incidir en la transformación de los mecanismos de producción y distribución, abandonando una dependencia caduca de la concreción particular de las Obras, cualesquiera que éstas sean, cada vez más diluidas, cambiantes e inestables en un contexto digital que las desmaterializa; hay que privilegiar los flujos de ideas por encima de su materialización, ahondando en esa transición enfatizada por Brea desde una Cultura ROM, de almacenamiento/archivo, hacia una dinámica Cultura RAM, de reproducción, transformación y distribución en tiempo real del pensamiento y las expresiones estéticas, en permanente cambio.

Lejos de la pompa de las celebrities, lo que es un logro cultural de primera magnitud es que, este pasado miércoles, al llegar a casa, yo y muchos otros hayamos podido ver a un grupo de personas bien documentadas debatiendo públicamente cuestiones sociales de gran trascendencia con argumentaciones y discursos bien construidos. Cuestiones a menudo marginadas o banalizadas en los grandes medios, cuyos programas de análisis político acostumbran a degenerar en tertulias de barra de bar (sin ir más lejos, cuando apagué el ordenador, La noche en 24h se perdía en divagaciones propias de la prensa rosa a propósito la hipotética retirada de Zapatero: "fulanito es muy amigo suyo y dice que se va", "menganito no se lleva con él y dice que se queda"...)

Defender y apoyar la cultura es dotar a la ciudadanía de herramientas para acceder a la información, ampliar el dominio público, favorecer el debate crítico en torno a las instituciones democráticas, ampliar la oferta de contenidos creativos más allá de las fronteras artificiales impuestas por las grandes corporaciones y establecer cauces adecuados para que las buenas ideas, aquellas que generan riqueza material e inmaterial, puedan ser plenamente desarrolladas. Es curioso que Juan Varela haya dicho más en #redada2 que la mayoría de "agentes culturales" que conozco en el último año (ver aquí, atención a partir del minuto 6).

Me parece que no soy el único que cree que los cambios tecnológicos recientes han desembocado en un escenario tremendamente fértil a nivel cultural, repleto de oportunidades para creadores que, de otra forma, nunca habrían disfrutado de la posibilidad de difundir su trabajo. Es por ello que se hace tan necesario seguir remando en la misma dirección, oponiéndose de manera frontal a los intentos de someter la red al control gubernamental y a la instrumentalización mercantil. Crear y defender las condiciones adecuadas para la libre difusión y acceso al conocimiento es suficiente. No hace falta auspiciar ningún modelo industrial para que sigamos produciendo más cultura que nunca antes en la historia; muy al contrario, si no defendemos contra toda lógica un modelo prehistórico, surgirán sistemas adaptados a una realidad más plural y a público más amplio, informado y exigente.

domingo, 19 de diciembre de 2010

De por qué "industria cultural" es un término ofensivo

Hay un argumento que escucho cada vez con mayor frecuencia en boca de quienes defienden un mayor apoyo económico al sector cultural: la cultura supone un 3% del PIB y cientos de miles de empleos en España. La idea se ha convertido en un cliché que se repite hasta el hastío en galerías de arte, bibliotecas, museos, centros culturales... A mí, sin embargo, me desconcierta.

Por una parte, me pregunto: ¿qué tipo de actividades se contemplan bajo la expresión "empresas culturales"? De entrada, leo:
Los sectores considerados dentro del ámbito cultural son: Patrimonio, Archivos y bibliotecas, Libros y prensa, Artes plásticas, Artes Escénicas y Audiovisual.
La base de datos del Ministerio de Cultura amplía el círculo, que se revela amplísimo: edición, radiodifusión, fabricación de productos electrónicos de consumo, artes gráficas, televisión... ¿Pero no estábamos hablando de cultura? Sí, de cultura, "eso" que la RAE define así:
(Del lat. cultūra).
1. f. cultivo.
2. f. Conjunto de conocimientos que permite a alguien desarrollar su juicio crítico.
3. f. Conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época, grupo social, etc.
4. f. ant. Culto religioso.
No hace falta ser un genio para ver que algo no encaja. Me temo que pronto habrá que suprimir alguna acepción en favor de otra que dé cabida a Gran Hermano, Mujeres ricas, los folletos publicitarios o la radiobasura. Me sorprende que me sigan tachando de radical cuando hago hincapié en lo absurdo de la expresión "industria cultural".  ¿Por qué no asumimos que el negocio al que alude tiene mucho de industria y poco de cultura? ¿Por qué no reconocemos una verdad tan evidente e innegable? ¿Por qué no intentamos, al menos, preservar el significado de cada una de esas dos palabras? Tal vez porque es más fácil -y más adecuado para los intereses de algunos- cuantificar la cultura de la manera más burda: hablando de visitantes anuales, de número de BICs, de participantes en eventos con mayor repercusión que contenido, de cifras de producción... Pero el baremo no debe ser la proliferación de espectáculos y circos massmediáticos que encarnen la voluntad del orden establecido, sino el libre acceso al conocimiento, es decir, a la información y a los medios que permiten emplearla para desarrollar el pensamiento crítico, la reflexión, la duda, el debate y la libertad de expresión.

Por eso creo que es un error defender el sector cultural resaltando su importancia en términos económicos, como si su labor consistiese en hacer caja y su rentabilidad se pudiese calcular en euros. No todo lo que la cultura aporta cabe en las tablas estadísticas: sin ella, dejamos de ser personas para convertirnos en meros consumidores. La cultura es la capacidad de ser libres, y eso está tan lejos de la grandilocuencia de sus supuestos templos como de su mercantilización.

Esta es la razón por la que debemos defender y apoyar la cultura, más allá de los indudables beneficios económicos que pueda aportar a medio y largo plazo. Es por ello que se hace tan necesario concretar a qué nos referimos cuando empleamos una palabra tan sumamente tergiversada... Y por lo que la lectura de Adorno me sigue pareciendo, hoy más que nunca, indispensable.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

La cuestionable autoridad del museo

Hace algo más de un mes me preguntaba, ingenuo de mí, a qué se debía la incapacidad de sector cultural, en general, y de las Humanidades, en particular, para generar contenidos y participación en red. El pasado fin de semana, leyendo Connectivity, Collectivity and Participation, de Ana Otero, me ha dado de bruces con una dura respuesta.

Pongámonos en antecedentes: el texto en cuestión analiza la reacción del museo ante los medios digitales, las redes distribuidas y la web 2.0, es decir, ante una nueva concepción del espacio público. Tomando como referencia steve, un proyecto museístico de social tagging, Otero aborda cuestiones de gran interés para entender los retos que afrontan las instituciones culturales en la actualidad. Una de ellas es la postura de los profesionales del sector ante los mencionados cambios: ¿qué piensan críticos y comisarios de algunos de los centros más importantes del mundo acerca de la apertura del museo a la participación ciudadana?

Hay opiniones muy diferentes, pero sorprende la abundancia de joyas como las que a continuación traduzco:

"El público es secundario (…) Nuestra responsabilidad principal es para con las obras de arte. Somos responsables de su protección, del conocimiento. Después está el tema de devolverlas al público. El público es el beneficiario último de nuestro principal cometido". Phillipe de Montebello, director del MET.
"El público debería ser lo suficientemente sofisticado como para entender la terminología [...] Es un modo de educar al público y de hacer subir el nivel general de sofisticación de la sociedad a un estadio mayor [...] Internet no me sirve. Lo que me sirve es ir a los museos, ver las obras".  Magdalena Dabrowski, del Departamento de arte del siglo XIX, Moderno y Contemporáneo del MET.
"Creo que es importante ver la obra in situ [...] me gustaría que la gente taggease [las obras] una vez que las hayan visto [en persona]". Emma Fernández, especialista de Educación e Interpretación del Instituto de Arte Contemporáneo de Boston, justificando la decisión de que la herramienta de taggeo solo pueda ser utilizada desde la mediateca del centro y no desde la web del mismo.
"No se trata de llegar a todo el mundo, a todos los niveles de experiencia [...] Nosotros [comisarios] sabemos algo sobre esta obra, ¡y queremos contártelo! Y no nos importa realmente si tú [usuario] ves un gato [que no aparece en la imagen]" Lisa M. Messinger, Comisaria Adjunta del Departamento de arte del siglo XIX, Moderno y Contemporáneo del MET.
"¿El proyecto en el que el público dice lo que ve en la imagen? Creo que es ridículo." [Ana ha omitido el nombre del autor de este comentario].
"No estoy en contra [de Internet]. Es solo que no me interesa, lo que me preocupa es que la gente pasa demasiadas horas delante [del ordenador]" Carmen Giménez. Comisaria de arte del siglo XX del Solomon R. Guggenheim.

Hay que matizar un par de cosas: se trata de afirmaciones recogidas entre los años 2000 y 2007, y varios compañeros de los entrevistados aportan perspectivas totalmente diferentes a las expuestas (de lo contrario sería para cortarse directamente las venas...). Sin embargo, lo peor es que a lo largo de todo el texto se deja entrever un miedo común a muchos profesionales vinculados directa o indirectamente al ámbito museístico: temen que una amplia participación pública socave su autoridad como "especialistas" y la del propio museo como "templo" del saber.

Ante esta idea caben ciertas reflexiones:

1. El museo continúa considerándose a sí mismo garante de la cultura y única voz legítima en materia artística. En esta misma línea, muchos comisarios y artistas creen ser los únicos capaces de reflexionar en torno a la producción estética. ¿Pero en qué basan esta supuesta autoridad? No la defienden desde el discurso o el debate crítico, sino desde la sanción oficial, en virtud de su propia condición de agentes culturales. Volvemos al viejo dogma: "arte es lo que se exhibe en los museos", y su variante, "especialistas en arte son los que trabajan en los museos". La meritocracia y el valor de las argumentaciones quedan en un segundo plano, lo principal es pertenecer a un restringido lobby. Se llama potestas, no auctoritas. No es casual que la mayoría de quienes defienden esta dinámica no hayan aportado absolutamente nada a la teoría del arte: son meros burócratas de la cultura.

2. Existe una fractura evidente entre el museo y el "mundo real". Magdalena Dabrowski quiere que la gente vaya a los museos. Yo le preguntaría: ¿para qué? Viendo el desprecio con que juzga al público "profano", no creo que espere que aprendan algo por el mero contacto con la institución... ¿O sí? En cierto modo, persiste una visión religiosa del hecho artístico, del "encuentro" con la Obra de Arte, a la que algunos atribuyen cualidades universalmente aprehensibles. Parece como si franquear el umbral del museo supusiese entrar en contacto directo con la verdad absoluta del hecho estético y asimilar espontáneamente el saber humano. Absurdo.

3. Es preocupante la confusión en torno al significado de la participación ciudadana y de los procesos de trabajo abiertos. Muchos de los profesionales del museo plantean el concurso del público en términos excesivamente simples, dando por hecho que derivará en una retahíla de incongruencias y preguntándose cómo dejarán claro cuál es su voz en medio de la algarabía. Es lo que ocurre cuando tu autoridad se fundamenta en tu posición, claro.

La gente quiere tener acceso al críptico mundo del arte. Quiere saber en qué consiste la creación artística y por qué esto o aquello tiene cabida entre las cuatro paredes del museo. ¿Es un deseo tan extraño? Hay quien cuestiona la falta de formación del gran público, pero me parece la mejor razón para justificar la apertura de las instituciones culturales, que deberían enfrentar la mercantilización y banalización de la producción estética en lugar de atrincherarse en su endogamia. Su deber es proporcionar herramientas para el análisis crítico y la reflexión, no regodearse en su ensimismamiento.

"Es que la gente no entiende", he escuchado decir en multitud de ocasiones. No, no entiende, y va a seguir sin entender que muchos comisarios crean que la crítica artística es un género literario, que montar una exposición consiste en llamar a cuatro amigos y tomar unas cervezas o que se pueden ensartar tópicos y frases sin sentido con tal de citar a Adorno o a Heidegger entre perla y perla. Este tipo de actitudes son una de las causas del descrédito del museo y de la incomprensión del público. Si tienes un proyecto sólido no veo por qué razón deberías temer opiniones adversas o comentarios formulados desde el desconocimiento; algo sumamente incómodo, sin embargo, cuando ni siquiera tú eres capaz de explicar la muestra que has comisariado. En ese caso, siempre queda la retórica... en el sentido peyorativo de la palabra, claro.

viernes, 10 de diciembre de 2010

Redefiniendo la explotación, el ocio y el consumo en el escenario digital

From Mobile Playgrounds to Sweatshop City es la séptima de las publicaciones correspondientes al ciclo Situated Technologies, un proyecto del Center for Virtual Architecture, el Institute for Distributed Creativity (iDC), y la Architectural League of New York. Los autores de esta entrega, Trebor Scholz y Laura Y. Liu, abordan una serie de cuestiones relacionadas con los profundos cambios socioeconómicos derivados de la revolución tecnológica de las últimas décadas.

El punto de partida es una pregunta envenenada: ¿cómo afecta a nuestra comprensión de la explotación el hecho de que el trabajo y el juego se entremezclen? En el escenario digital, muchas de las actividades que consideramos mero entretenimiento generan un valor económico ampliamente rentabilizado por empresas que nos brindan servicios teóricamente gratuitos. Pensemos en redes sociales, buscadores, juegos o servicios de blogging y en cómo los pagamos facilitando nuestra información personal, consumiendo publicidad, arrojando datos sobre nuestras aficiones y costumbres o incluso produciendo contenidos por los que no recibimos remuneración alguna... Todo ello sin que la mayoría de usuarios de estos servicios sea consciente de estar colaborando con un lucrativo negocio.

Puede parecer que hablamos de un modelo de colaboración pasiva, pero cada vez más compañías son capaces de convencer a un ingente número de personas para colaborar de manera voluntaria en sus proyectos (hablamos de externalización masiva o crowdsourcing), sin que exista compensación económica alguna o a cambio de una retribución verdaderamente miserable. Es el caso de Mechanical Turk, una plataforma creada por Amazon en 2005 que permite gestionar la "utilización" de voluntarios online para llevar a cabo tareas mecánicas que un ordenador no podría ejecutar, tales como identificar los objetos que aparecen en una fotografía o escribir descripciones breves de productos. Aquellos que deciden participar en este programa perciben cuantías ridículas por su trabajo (un par de céntimos por fotografía procesada, algunos dólares por traducciones de textos o vídeos...)

La pregunta es: ¿podemos hablar de explotación? Muchos lo niegan argumentando que en la realización de este tipo de trabajos prima un componente lúdico, pero hay muchas razones para pensar que no es así. Escoger la palabra adecuada para describir estas prácticas no es una cuestión menor (pensemos en cómo han conseguido que pensemos en "inteligencia colectiva" cuando nos hablan de "servilismo masivo"); Scholz apuesta por "micro-explotación" o "expropiación", mientras Liu defiende con rotundidad el término explotación. Lo que resulta obvio es que ciertas compañías evitan lidiar con la legislación laboral al tiempo que reducen costes y aligeran plantillas cuando abogan por soluciones como ésta. Además, con frecuencia lo peor no es la intención de la empresa en cuestión sino el fanatismo de los usuarios: es incomprensible que una empresa como Facebook se beneficie de la colaboración altruista miles de usuarios de todo el mundo para llevar a cabo tareas como la traducción de su web... Parece que el mercado ha conseguido domesticar y subvertir la filosofía open source.

Paralelamente, podemos hablar de una segunda vertiente de este tipo de expropiación / explotación: la facilidad con que nuestra privacidad es vulnerada por las grandes multinacionales y el Estado. Facilitamos continuamente información personal de manera voluntaria o involuntaria, y cada día surgen más formas de detectar y procesar esta información con arreglo a fines que desconocemos. Aunque Wikileaks haya demostrado la capacidad de la red para hacer visible la trastienda del poder, no debemos olvidar que explora un camino de ida y vuelta: es imposible negar el enorme interés depositado por muchos gobiernos en los mecanismos y herramientas de vigilancia de la ciudadanía; seguimos expuestos a un paulatino aumento de los dispositivos de control por parte del mercado y el Estado. 

En este contexto, la acción política se antoja imprescindible para solicitar una mayor capacidad de decisión sobre el modo en que ha de ser recogida y gestionada nuestra propia información... Pero ésta no termina de concretarse y asistimos, desde la pasividad, al progresivo expolio de nuestras libertades y derechos. Puede que, como Sholz afirma, confiemos ingenuamente en el boicot comercial como forma de protesta, ignorando que refrenda el hecho de que estamos siendo desposeídos de nuestra condición de ciudadanos en favor de la de consumidores. Su modo de referirse a estas rimbombantes e inocuas acciones de pseudo-resistencia es elocuente: Espectáculos de Democracia en Internet, una suerte de procesos de "negociación" en los que los usuarios "exigen" ciertos cambios, parcialmente satisfechos por empresas que, sin embargo, terminan por encontrar la forma de imponer sus condiciones o satisfacer sus intereses a medio plazo.

Extraigo algunos fragmentos del texto que dan pie a reflexionar:

    - The corporate Social Web molds us in its image. We are being worked on, sculpted over time. We are becoming the brand. We are not just on the Social Web but we are becoming it. 
    - The act of consuming media represents a form of unwaged labor that audiences performed on behalf of advertisers. 
    - One difference to traditional forms of labor is that we are now exposed to real-time, always-on data collection and analysis. We are all real-timers now. We are feeding our data to commercial enterprises and the government. [...] Fusion Centers were first established in the fall of 2001 to fight terrorism and detect the activities of foreign spies. But in reality, these Fusion Centers uncomfortably match private and public interests. [...] Since 2004, the US government started over two hundred data mining programs, more than thirty-five of which are capable of linking the harvested data to specific individuals. 
    - The double edge between usefulness and violation that you talk about invokes the now familiar post-9/11 policy trade-off: have public safety or have your civil liberties, but do not expect both. And yet, for many poor, working class, immigrant communities of color, there was never a trade to make. 
    - In 1998, Microsoft had to face anti-trust charges when it bundled its Internet Explorer browser without extra charge with every copy of its Windows operating system, which had a 90% market share at the time. Today, Facebook can force opt-in defaults on its 500 million users and get away with it. 
    - It is important to first dispel the myth of the digital native: people born after 1980, generations that grew up enmeshed in digital technologies. Their familiarity doesn’t mean that they are fluent when it comes to the ways that their privacy is invaded or economic value is extracted from them.
    - These Spectacles of Internet Democracy could also be interpreted as nothing but a constant built-in product feedback loop. One thing is clear; this has nothing to do with deep-rooted social change.

Existe un fértil ámbito de acción en torno a estas cuestiones en la intersección de arte y ciencia, donde se fraguan propuestas que tienden cada vez más a adoptar una naturaleza política (en sentido estricto, lejos de pantomimas partitocráticas). Esto es algo que parece inevitable en un mundo estéticamente hipertrofiado, en el que las nuevas estructuras y procesos creativos emergen como la antítesis de la banalidad imperante a nivel mercantil e institucional.

Concluyo con el vídeo de presentación de Zapped!, un proyecto de Preemptive Media sobre la implementación masiva de la tecnología RFID.


martes, 7 de diciembre de 2010

El museo y la divulgación de sus contenidos

Gracias a @mediamusea, me encontré ayer con un interesante artículo de Philip Yenawine sobre el enfoque de los textos y folletos de las exposiciones museísticas.

Quienes visitamos con asiduidad algún museo sabemos que existe una tendencia casi enfermiza a obsequiar a los visitantes con ensayos largos, densos y crípticos, que pueden desanimar con facilidad a aquellos que no están familiarizados con su terminología y referencias. Esta inclinación contrasta con los resultados de un estudio realizado por el MoMA hace más de dos décadas, que concluyó lo siguiente acerca del perfil de la mayoría de sus visitantes:

- Tienen una definición muy limitada del arte, tan limitada que de hecho es insuficiente para acotar el arte moderno. 
- No hablan el lenguaje de la crítica o de la historia del arte. Admiten que su comprensión del léxico especializado es mínima. Cuando se les pide que hablen sobre arte suelen confundir los términos estilísticos, y emplean un reducido vocabulario técnico o analítico.
- Sólo reconocen las obras de artistas eminentes, e incluso en ese caso tienen más facilidad para citar al autor de una obra si se les da una lista de nombres (de Picasso y Matisse a Albers y Bearden) que si se les pide simplemente que identifiquen algunas obras de varios artistas sin ayuda.
- Les cuesta describir las obras de arte que han contemplado, como quien se lo cuenta al que no haya podido verlas, y apenas saben qué decir cuando se les pide que interpretensu significado.
- Prefieren obras que tengan un tema reconocible y/o que hayan recibido la atención delos medios. La opinión de los críticos y de los eruditos del mundo del arte no garantiza necesariamente el valor de una obra. Van Gogh, por ejemplo, gusta a muchos; Pollock, arelativamente pocos.
- Tienen unas nociones mínimas de los conceptos y premisas que sustentan el arte moderno.
- Su conocimiento consciente del modo en que el arte se presenta es igualmente escaso. Apenas aprecian, por ejemplo, que las exposiciones e instalaciones se organizan con arreglo a criterios cronológicos, estilísticos o de medios. Su capacidad para identificar temas o reconocer su función como categorías de organización es casi nula.

Yenawine relaciona esta investigación con otra, llevada a cabo por la psicóloga Abigail Housen, que describe cinco estadios de conocimiento en materia artística, correspondientes a cinco tipos de observadores: informador, constructivo, clasificador, interpretativo y recreador. Dejando al margen la definición de cada uno de ellos, sirva saber que la amplia mayoría de visitantes de un museo se encuadran en los dos primeros grupos, caracterizados por Housen como observadores que juzgan las obras que ven únicamente por su gusto personal y por los recuerdos que puedan asociar con ellas (estadio I) o por la dificultad técnica que entrañe su proceso de producción, dando mayor valor a las representaciones más realistas (estadio II).

Ha pasado más de una década desde la publicación del artículo, pero la contradicción que pone de manifiesto continúa plenamente vigente: ofrecemos textos "explicativos" técnicos y complejos para un público sin conocimientos en la materia; historiadores, críticos y comisarios escribimos para nuestros homólogos de otras instituciones, anteponiendo nuestra jerga y nuestra conocida propensión a la retórica vacua a cualquier finalidad divulgativa.

Lo más curioso es que, después de alimentar un círculo endogámico que genera aversión entre buena parte de las personas ajenas al ámbito artístico, nos gusta echarnos las manos a la cabeza en los congresos y preguntarnos qué falla y por qué el arte contemporáneo no "conecta" con la gente... Pues tal vez porque nos empeñamos en que no conecte.

Yenawine da algunas pautas para corregir este "vicio" y plantear textos más "amables": el público es inteligente y está bien formado, pero carece de determinados conocimientos específicos, basta con no dar por sentados ciertos conceptos y con tratar de anticiparse a la pregunta más común en nuestro peculiar contexto: ¿por qué es esto arte?

Claro que esta vía abre la puerta a nuevas e importantes consideraciones. En primer lugar, si tomamos como referencia el perfil del visitante medio del museo es posible que provoquemos el desinterés del público más formado en materia artística y que, en nuestro afán por simplificar, banalicemos el contenido y perdamos la perspectiva crítica; en segundo lugar, el mero hecho de efectuar esta clase de planteamientos responde a una caduca concepción de la institución museística como medio de adoctrinamiento.

Creo que sería más interesante plantear esta misma cuestión desde una perspectiva mucho más amplia. Todos sabemos que se trata de un problema de base. El sistema educativo margina las humanidades en general y el desarrollo de la sensibilidad estética en particular: el conocimiento que no resulta del rigor de la ciencia, la dictadura de los (supuestos) hechos y la lógica racional es marginado; todo aquello (aparentemente) improductivo en términos económicos se desecha.

Ahora bien, no podemos descargar toda la responsabilidad en factores externos: el museo pide a gritos ser reformulado. No es un problema de aspecto o presentación: necesita una renovación estructural. Puede y debe ser más abierto y participativo, recuperar su condición de espacio público -en el sentido más literal del término- y servir como plataforma de generación de contenidos y debate. Hay que abandonar la visión hierática de la práctica artística, la concepción de una historia unívoca escrita en piedra y la pomposa sacralidad que caracteriza a las muestras convencionales.

El museo no puede seguir siendo un mausoleo. Sólo si se configura como un espacio de diálogo y enfrentamiento puede dar cabida a los diferentes tipos de visitantes e interpretaciones. Para lograrlo debe recuperar el factor humano, y creo que esto pasa, entre otras cosas, por conseguir que nuestro compañero más fiel en las visitas a las exposiciones deje de ser el vigilante de seguridad, imagen de la ortodoxia y el rigor institucionales. Proteger la integridad de las obras está bien, pero no a costa de momificarlas. Mantenerlas con vida requiere estimular el debate en torno a ellas, y esta es una función todavía marginal, muy diferente de la que ofrecen las estandarizadas visitas grupales de los fines de semana. Necesitamos humanizar al comisario, invitarle a abandonar la trinchera teórica para conversar a pie de sala con el visitante, para buscar, seducir, provocar y enfrentar la opinión ajena.

viernes, 3 de diciembre de 2010

A propósito de Wikileaks

Sin demasiadas pretensiones, aquí van algunas reflexiones acerca de lo que ha ocurrido durante los últimos días con el cablegate:

1. Resulta increíble que haya gente que cuestione la publicación de las filtraciones desde un punto de vista "ético". Estamos hablando de crímenes de guerra, prevaricación, vulneración de los derechos humanos... Lo inmoral sería ocultar y consentir tanta mezquindad.

2. Muchos han querido ver en los logros de Wikileaks la confirmación de la incapacidad de los "medios tradicionales" para publicar algo que no sea propaganda. Creo que es un error de perspectiva. El problema de los medios de comunicación no es su incapacidad, sino su voluntad. O te dedicas a informar o te decantas por hacer caja; por lo general, no es factible conciliar estos dos propósitos cuando hablamos de grandes corporaciones cuyo negocio depende, en cierto modo, de su habilidad a la hora de cobijar al poder político.

3. En relación con lo anterior, surge una pregunta que, en palabras de Javier Moreno, "roza la metafísica": ¿son periodismo las filtraciones de Wikileaks? Lo importante no es entender este proceso en función de una determinada -e interesada- noción del periodismo, sino comprender algo que barruntamos desde hace tiempo: que éste debe adaptarse a un nuevo escenario en el que el tratamiento de la información se descentraliza y permeabiliza. Hablamos de mainstream media y grassroots media como formas de comunicación complementarias, no excluyentes. Puede que los grandes medios sean reacios a sacar a la luz ciertas cuestiones pero, de momento, su poder de amplificación es indudable una vez que éstas se hacen públicas. Wikileaks, funcionando como plataforma, contribuye a fragmentar el proceso informativo; deberíamos aspirar a que la información se produjese y divulgase en redes distribuidas.

4. En cualquier caso, la gestión de los documentos filtrados revela una buena cantidad de viejos vicios massmediáticos. El orden de publicación de los cables es ciertamente cuestionable (a estas alturas, seguimos esperando por los referentes a la Ley Sinde con impaciencia), mientras que el tratamiento sensacionalista y circense de buena parte de los mismos produce vergüenza ajena. Algunas portadas han estado más cerca de Salsa Rosa que de cualquier otra cosa.

5. La ingenuidad que denotan ciertas reacciones ante las noticias reveladas es preocupante. Hay quien se escandaliza al conocer prácticas o conductas insultantemente habituales (¿se supone que deberían sorprendernos el espionaje internacional, la corrupción en las altas esferas del poder o la conexión entre la mafia y el gobierno rusos?) Sin embargo, Pepe Cervera tiene razón cuando afirma que no es lo mismo 'saber' que todos los políticos son corruptos o que todos los gobiernos mienten que tener la prueba fehaciente de ello. Lo preocupante, de nuevo, es el enfoque de los medios, que siguen publicando los diferentes "hallazgos" como si de casos aislados se tratase, cuando lo que ha quedado en evidencia es el funcionamiento del estado de derecho como tal. El que las pruebas de los delitos se estén recibiendo con cierta tranquilidad es un síntoma más de la maltrecha salud de las democracias occidentales y de la pasividad general de sus electores.

6. Parece obvio que esto es solo la punta del iceberg. Para la mayoría de gobiernos sería maravilloso que creyésemos que están siendo desvelados grandes secretos de estado cuando prácticamente no hemos visto nada... Lo importante ahora es luchar por preservar el escenario en que ha sido posible, al menos, abrir una fisura en los complejos mecanismos de control y manipulación de los aparatos gubernamentales. Creo que, en lo que a Wikileaks se refiere, la forma es incluso más importante que el fondo.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Manifiesto por una Red Neutral

Redneutral.org ya está en marcha. Se trata de una iniciativa que pretende informar sobre la (amenazada) neutralidad de la red y organizar la acción conjunta de los ciudadanos que deseen implicarse activamente en su defensa.



¿Por qué es tan importante preservar el carácter neutral de Internet? Porque constituye la única forma de concebir la red como un genuino espacio público de comunicación, no supeditado a intereses particulares y garante de la libertad de expresión. Es por ello que se ha redactado el Manifiesto por una Red Neutral, ampliamente publicado a lo largo del día de ayer, y que a continuación reproduzco. Siéntete libre para difundirlo de la manera que consideres oportuna, es fundamental darle la mayor visibilidad posible.

Los ciudadanos y las empresas usuarias de Internet adheridas a este texto manifestamos:
1. Que Internet es una Red Neutral por diseño, desde su creación hasta su actual implementación, en la que la información fluye de manera libre, sin discriminación alguna en función de origen, destino, protocolo o contenido.
2. Que las empresas, emprendedores y usuarios de Internet han podido crear servicios y productos en esa Red Neutral sin necesidad de autorizaciones ni acuerdos previos, dando lugar a una barrera de entrada prácticamente inexistente que ha permitido la explosión creativa, de innovación y de servicios que define el estado de la red actual.
3. Que todos los usuarios, emprendedores y empresas de Internet han podido definir y ofrecer sus servicios en condiciones de igualdad llevando el concepto de la libre competencia hasta extremos nunca antes conocidos.
4. Que Internet es el vehículo de libre expresión, libre información y desarrollo social más importante con el que cuentan ciudadanos y empresas. Su naturaleza no debe ser puesta en riesgo bajo ningún concepto.
5. Que para posibilitar esa Red Neutral las operadoras deben transportar paquetes de datos de manera neutral sin erigirse en “aduaneros” del tráfico y sin favorecer o perjudicar a unos contenidos por encima de otros.
6. Que la gestión del tráfico en situaciones puntuales y excepcionales de saturación de las redes debe acometerse de forma transparente, de acuerdo a criterios homogéneos de interés público y no discriminatorios ni comerciales.
7. Que dicha restricción excepcional del tráfico por parte de las operadoras no puede convertirse en una alternativa sostenida a la inversión en redes
8. Que dicha Red Neutral se ve amenazada por operadoras interesadas en llegar a acuerdos comerciales por los que se privilegie o degrade el contenido según su relación comercial con la operadora.
9. Que algunos operadores del mercado quieren “redefinir” la Red Neutral para manejarla de acuerdo con sus intereses, y esa pretensión debe ser evitada; la definición de las reglas fundamentales del funcionamiento de Internet debe basarse en el interés de quienes la usan, no de quienes la proveen
10. Que la respuesta ante esta amenaza para la red no puede ser la inacción: no hacer nada equivale a permitir que intereses privados puedan de facto llevar a cabo prácticas que afectan a las libertades fundamentales de los ciudadanos y la capacidad de las empresas para competir en igualdad de condiciones.
11. Que es preciso y urgente instar al Gobierno a proteger de manera clara e inequívoca la Red Neutral, con el fin de proteger el valor de Internet de cara al desarrollo de una economía más productiva, moderna, eficiente y libre de injerencias e intromisiones indebidas. Para ello es preciso que cualquier moción que se apruebe vincule de manera indisoluble la definición de Red Neutral en el contenido de la futura ley que se promueve, y no condicione su aplicación a cuestiones que poco tienen que ver con ésta.
La Red Neutral es un concepto claro y definido en el ámbito académico, donde no suscita debate: los ciudadanos y las empresas tienen derecho a que el tráfico de datos recibido o generado no sea manipulado, tergiversado, impedido, desviado, priorizado o retrasado en función del tipo de contenido, del protocolo o aplicación utilizado, del origen o destino de la comunicación ni de cualquier otra consideración ajena a la de su propia voluntad. Ese tráfico se tratará como una comunicación privada y exclusivamente bajo mandato judicial podrá ser espiado, trazado, archivado o analizado en su contenido, como correspondencia privada que es en realidad.
Europa, y España en particular, se encuentran en medio de una crisis económica tan importante que obligará al cambio radical de su modelo productivo, y a un mejor aprovechamiento de la creatividad de sus ciudadanos. La Red Neutral es crucial a la hora de preservar un ecosistema que favorezca la competencia e innovación para la creación de los innumerables productos y servicios que quedan por inventar y descubrir. La capacidad de trabajar en red, de manera colaborativa, y en mercados conectados, afectará a todos los sectores y todas las empresas de nuestro país, lo que convierte a Internet en un factor clave actual y futuro en nuestro desarrollo económico y social, determinando en gran medida el nivel de competitividad del país. De ahí nuestra profunda preocupación por la preservación de la Red Neutral. Por eso instamos con urgencia al Gobierno español a ser proactivo en el contexto europeo y a legislar de manera clara e inequívoca en ese sentido.

Puedes seguir toda la información relacionada con este tema en Twitter, a través del hashtag #redneutral.