lunes, 30 de julio de 2012

El nómada



"... Marker works on the remaking of canonical images, reconfigures them by adding layers, reshaping their surfaces, working on their decay, to come to terms with the creation of a history that is not monumentalizing, that proposes simultaneity instead of teleology. In this sense, he is constructing his own Atlas, one that can be inscribed in a tradition common to Warburg and Richter. What is common to all the three is the fact that neither collage, nor photomontage, nor compositing suffices to describe them: they are bringing into question issues of movement and spatialization, of materiality and its relation to memory, of the boundaries of a place and the creation of a space for wandering (or, in Markerʼs case, the critique of its absence) [...] This kind of ethics/aesthetics, this questioning of a cartography lived by nomads that circulates within the virtual space, could not come but from the nomadic cineaste par excellence. Marker has always been concerned with a path through images, countries, stories, one that also corresponds to a path between media, between different ways of traveling. He has traveled the world with his camera, and has incorporated that same language of nomadism into his works. His embrace of the new does not jettison the old; on the other hand, it adds new and other layers to it. From 1953 onwards, Marker has been traveling and collecting geography of memories. As a bricoleur, as Marker calls himself, he is someone that navigates through locations and media and shapes forms and memories in a common space and time, that he wants the spectator to appropriate in the same movement."

Joana Pimenta: A Path through the Virtual Museum. On Chris Marker Ouvroir and Pictures at an Exhibition (.pdf)

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Merece la pena esta "pequeña gran retrospectiva" de la obra de Marker, a cargo de Rafa Martín.

Resetear el arte

Mercado, institución, artesanía, transgresión, alta y baja cultura, tradición, YBA y, cómo no, el mito de la originalidad. Directa o indirectamente, este vídeo recorre todos los lugares comunes de las conversaciones sobre arte contemporáneo. Sin profundizar, sí, pero sin devaneos crípticos. Se echa en falta algo más de cara b -y de mala leche-, pero se agradece la sencillez de la propuesta. No deja de resultar curiosa esa retórica, conservadora, que reivindica juicios trascendentes de valor, aunque sea frente a la especulación económica. Se respira agotamiento, tal vez por el hype mediático al que alude Casely-Hayford, o por un conocimiento excesivo del funcionamiento del sistema, como afirma Landy. Irónicamente, la maleabilidad de las instituciones artísticas parece más asfixiante que su antigua rigidez.

lunes, 16 de julio de 2012

España tiene españoles

Tenéis razón en todo excepto al decir que los sicilianos desean superarse. No harán nada por superarse, porque se creen perfectos. Su vanidad es aún más fuerte que su miseria.
Príncipe de Salina. El Gatopardo.

Tenía a medio escribir esta entrada cuando Rajoy le ha puesto título, involuntariamente, al reiterar una perogrullada que tiene más miga de la que parece: España tiene españoles. Tiene miga, digo, porque en este país, cuando hablamos "de política", tendemos a pasar por alto una consideración tan obvia como fundamental: que la diferencia entre los términos "parlamento alemán", "parlamento finlandés" y "parlamento español" radica en el adjetivo, no en el nombre.

Si cualquier observador ajeno a nuestra situación reparase en las interminables lamentaciones de los últimos días en la tuiteresfera española, pensaría que los diputados de las Cortes Generales -nacidos por generación espontánea, para empezar- han aparecido de la nada para someter al pueblo español contra su voluntad. Por suerte o por desgracia, si en lugar de atender a nuestros llantos observase lo que realmente ocurre, advertiría algo muy evidente: el parlamento español es como es porque los españoles somos como somos. 

El tema viene de lejos. Históricamente, hemos sido enfermizamente permisivos con la corrupción, el clientelismo y el nepotismo; hemos respetado las normas cuando nos convenía, tachándolas de injustas cuando no nos satisfacía su cumplimiento; hemos sorteado la ley a través de amistades e influencias siempre que hemos podido, a menudo jactándonos de ello y amparándonos en que "el mundo funciona así". Se puede ver, todavía hoy, en cualquier momento, en cualquier lugar y a cualquier nivel: en la retirada de multas, en la concesión de licencias municipales, en la obtención de permisos de obra, en las recalificaciones del suelo, en el lucro del comercio y la restauración con los indecentes excesos de las administraciones, en los administrativos que cobran su sueldo íntegro pese a trabajar la mitad de su jornada, en la evasión de impuestos, en el furtivismo, en las facturas falsas, en la creación de plazas innecesarias en ayuntamientos y diputaciones para ser repartidas a dedo, en los cambalaches entre la medicina privada y la pública... Todo esto, sistemáticamente ignorado mientras las cosas fueron bien, se denuncia ahora, a gritos, por la única razón de que el colapso económico hace que ya casi nadie saque tajada. Está claro que en hablar a destiempo y callarnos cuando nos conviene nadie nos gana.

No tengo que irme muy lejos para encontrar ejemplos de las actitudes que describo. Puedo hablar, por ejemplo, de los diez años que viví en Ourense. Allí vi cómo medio pueblo le hacía la ola a Blanca Rodríguez-Porto, no tengo claro si por su condición de esposa del ínclito Luis Roldán o por haber sido condenada por evasión fiscal y encubrimiento. Allí campó a sus anchas durante casi dos décadas José Luis Baltar, quien presumió de su condición de cacique ("bueno") mientras repartía demagogia, populismo y, "según dicen", subvenciones y plazas laborales a su antojo e impunemente (ni el famoso escándalo del edificio con 33 bedeles para tres puertas consiguió moverlo del sillón; al contrario, logró "despedirse" dándose el gusto de ser relevado por su hijo). Muy cerca de allí, el alcalde de Xinzo de Limia gobernó antes y después de ser inhabilitado por el Tribunal Supremo por tráfico de influencias, sin que ello le impidiese convertirse en senador y retirarse con un patrimonio fastuoso.

Hace algún tiempo, Víctor Lapuente escribía un artículo descartando el factor cultural como causa de la corrupción que padecemos. En él afirmaba que "las causas de la corrupción no hay que buscarlas en una "mala cultura" o en una regulación insuficiente, sino en la politización de las instituciones públicas [...] a diferencia de lo que ocurre en la mayoría del mundo occidental, donde los políticos locales están forzados a tomar decisiones junto a funcionarios que estarían dispuestos a denunciar cualquier sospecha de trato de favor, en España toda la cadena de decisión de una política pública está en manos de personas que comparten un objetivo común: ganar las elecciones". Sin negar su parte de razón, preguntaría a Lapuente dos cosas: ¿por qué esto sigue siendo así en España, si resulta evidente, todos sabemos lo que conlleva y no es difícil corregirlo? y ¿cuántos funcionarios españoles conoce que estén "dispuestos a denunciar" tratos de favor?

Podemos lavar nuestra conciencia... O podemos ser honestos: para que todo esto ocurra tiene que existir cierto respaldo social. Y digo respaldo, no pasividad, sino connivencia y en algunos casos -esto es incomprensible- admiración. Pensemos, por ejemplo, en otra realidad que a muchos nos resulta cercana: independientemente de leyes y reformas erráticas, ¿sería posible una universidad pública tan desnortada y endogámica como la que tenemos sin la "colaboración" de rectores, decanos y directores de departamento? ¿Quién ha consentido o se ha beneficiado de la reiterada convocatoria de tribunales parciales? ¿Quién ha dado su visto bueno para la concesión de plazas a través de concursos adulterados y de baremos sesgados? ¿Quién ha dado luz verde al despilfarro de dinero público mediante la organización apresurada y chapucera de eventos con el único propósito de obtener subvenciones? ¿Quién ha permitido la explotación -cuando no humillación- de becarios -o aspirantes- gracias a promesas de imposible cumplimiento? Podríamos enumerar hasta morir de hastío; son tantos despropósitos que no cabe pensar que todos los males vienen de arriba.

¿Y qué decir del fascinante mundo del arte contemporáneo? No doy crédito cuando veo a algunos personajes que han convertido los museos y centros culturales que dirigen en sus cortijos particulares criticando la falta de escrúpulos de la clase política. No son pocos los artistas que les ríen la gracia, ni pocos los galeristas "indignados" con lo que está ocurriendo. Curioso. Nunca les he visto indignarse al engordar artificialmente las ayudas que recibían mediante la presentación de facturas correspondientes a actividades no subvencionadas, ni al vender obras a museos que no terminaron de ser construidos, ni a la hora de preguntar a los coleccionistas "¿con factura o sin factura?", ni al dilapidar dinero público en proyectos disparatados... No estoy hablando de un caso aislado, sino de prácticas extendidas que convierten los airados discursos con que nos aburren estos días en una orgía de cinismo.

El pasado viernes, Javier de la Cueva parafraseaba a Ostrogorski: "la función de las masas en democracia no es gobernar, sino intimidar a los gobernantes". La pregunta es: ¿qué capacidad de intimidación tenemos después de haber dejado claro que toleramos, comprendemos y apoyamos lo inadmisible? ¿Qué temor puede experimentar un gobernante consciente de que es muy probable que sea reelegido tras ser condenado por corrupción y que muchos de quienes lo critican lo emularían si pudiesen hacerlo? Los que se posicionan a favor o en contra del "todos son iguales" yerran en su enfoque: es prácticamente irrelevante si son todos iguales o no, mientras la sociedad española sea condescendiente con la prevaricación, la manipulación y el fraude, mientras transmita con nitidez el mensaje de que, pase lo que pase, no tomará represalias contra quienes -políticos o no- transgredan la ley o falten el respeto a sus vecinos o votantes, seguiremos siendo lo que somos y teniendo el gobierno que tenemos. Porque no "nos toman" por tontos: ejercemos -sin serlo, creo- con fruición.

Aprovecho para recordar a los optimistas que el PP está gobernando con más de diez millones de votos (de los siete del PSOE tras una debacle y con un exministro de Felipe al frente ni hablo). "En contra de su programa", dicen, ¿y? La mayoría del electorado reconoce "ser" de un partido como quien es de un equipo de fútbol y votar sin leerse programa alguno. "Es que mintieron", dicen, ¿y? ¿Qué gobierno de nuestra breve historia democrática no ha hecho lo contrario de lo que prometió? No les ha ido mal, ¿por qué cambiar? Fool me once, shame on you. Fool me twice, shame on me.

Podemos modificar la ley electoral, refundar los partidos políticos o incluso promulgar una nueva constitución pero, si no se produce un cambio más profundo, seguiremos teniendo un evidente problema de valores y un gran déficit democrático. La "revolución" que más nos hace falta en España es una revolución con minúsculas, cultural, ambiciosa pero de pequeña escala, personal, cotidiana. Necesitamos más autocrítica, más honestidad intelectual, más voluntad de estar informados (menos tópicos, más datos y más hechos). Lo que nos sobra es estrechez de miras, activismo barato, forofismo, difusión indiscriminada de noticias sin contrastar y fotografías con titulares sensacionalistas en las redes sociales (sin salir de mi timeline de Facebook puedo montar portadas tan infames como las de La Razón cada día).

Por cierto, y para los de mi gremio: mejor no rasgarnos las vestiduras con el "fin de la cultura" por la subida del IVA, porque la cultura es mucho más de lo que se puede gravar y porque los árboles no nos dejarían ver el bosque. ¿Dónde está el drama, en los problemas de un sector o en el colapso del sistema? Yo no me preocuparía demasiado por el precio de las entradas de los teatros, porque a este paso empezarán a cerrarlos o a restringir al mínimo su programación por no poder mantenerlos y dará lo mismo. Como decía John Powers, el problema no es que los artistas sean pobres, el problema es la frecuencia y el significado de la pobreza. En otras palabras: no se trata de un colectivo, no se trata de una coyuntura, se trata de una sociedad enferma; o cambia(mos) todo o no quedará nada que cambiar.

viernes, 13 de julio de 2012

Art History with Labor



The video draws on Luther’s 95 theses, which were written in 1577 to protest against the sale of indulgences in the Catholic Church. By nailing them onto the door of the Castle Church in Wittenburg, Germany, Luther exposed the greed and corruption of the men of his time. Art History with Labor serves the same purpose. With an abundance of references to popular culture, including youtube clips of Jerry Springer, excerpts from Fight Club, and quotes from Adorno, the video works satirically to reveal consumption and capitalist hierarchy as the cardinal sin of modern America in 95 separate points. 

En Art Fag City.

martes, 10 de julio de 2012

¿Desmantelamiento cultural? No estábamos mejor antes de la crisis

El pasado 18 de junio, Ángel Calvo publicó en A*Desk un artículo sobre la deriva de las políticas culturales gallegas durante los últimos años a raíz de la crisis económica. Se trata de un texto que me interesa porque aborda de manera específica una problemática que me resulta cercana, pero sobre todo porque creo que puede ser un buen punto de partida para debatir acerca de algunos de los puntos más controvertidos de las -ya diarias- discusiones sobre el futuro de la gestión cultural.

Por partes, que hay mucha tela que cortar:

1. El título completo del artículo es El molestar en la cultura. Sobre el desmantelamiento de la cultura en Galicia. Soy consciente de que es una forma de centrar el tema en pocas palabras, pero me parece un encabezamiento ciertamente arriesgado, en la medida en que se puede ser fácilmente vinculado a esa perversa tendencia a identificar la cultura con sus supuestos voceros (gestores e instituciones). No quiero insistir demasiado en este punto porque es algo que he repetido en este blog mil veces, pero, independientemente de lo que entendamos por cultura, veo difícil que ésta pueda ser mermada o desmantelada por una reducción presupuestaria. Es posible, en el peor de los casos, socavar o suprimir determinadas estructuras de creación o divulgación cultural, pero ni siquiera el cierre de un museo responde siempre a este supuesto. Tengo la certeza de que la desaparición de algún centro cultural generaría más cultura de la que sepultaría (incluso en términos cuantitativos... más de un proyecto de interés ha muerto ahogado en la maquinaria propagandística de instituciones absolutamente desconectadas de la realidad social, cuando no fagocitado por éstas).

2. Calvo menciona las voces que, en 2005, solicitaban demoler la parte construida en la Ciudad de la Cultura. Yo mismo defendí esta postura -con matices, a mí me bastaba con interrumpir la construcción y "vender" unas ruinas visitables- en conversaciones con académicos, gestores culturales, comisarios y artistas, y puedo decir que la mayoría de respuestas que recibí antes de la crisis se regían por un mismo patrón: "el proyecto no debería haber nacido pero, una vez ha echado a andar, lo mejor es seguir adelante".

Coincido con lo que el texto plantea: para PP, PSOE y BNG tanto la demolición como el abandono de las obras eran medidas extremadamente impopulares, decisiones difíciles de digerir en términos políticos, hasta el punto de que puedo llegar a entender, aunque critique y no comparta, su huida hacia adelante. Sin embargo, me parece inadmisible la complicidad de un gran número de agentes culturales. La única explicación lógica es que el trasfondo de su particular "de perdidos al río" fuese la posibilidad de beneficiarse directa o indirectamente de la actividad de un macrocentro cultural en Galicia. A muchos se les hacía la boca agua con las plazas laborales (y con los comisariados, las asesorías, los comités de compra...) que, se suponía, exigiría la puesta en funcionamiento del proyecto. La Ciudad de la Cultura ha salido adelante con la complicidad de gran parte de los que hoy la tildan de despilfarro y despropósito. Y esto debe saberse. Es vergonzoso que algunos de los que se frotaban las manos hace cinco años reivindiquen "otra forma de hacer las cosas" a día de hoy (nada sorprendente en el mundillo: los mismos que apoyaron la proliferación de contenedores culturales sin proyecto critican el colapso del sistema, a golpe de 2012, desde sus puestos de dirección en los principales centros nacionales). Aquí, en Galicia, muchos, por su posición, contactos e influencia económica y/o política tenían el deber de, cuando menos, haberse pronunciado públicamente en contra de la Ciudad de la Cultura, un proyecto que es, desde y por su propia concepción, demencial y cancerígeno.

3. La hipocresía que enmarca este cambio de actitud evidencia la fragilidad de muchos de los juicios que actualmente se vierten sobre los efectos de la crisis en la cultura. Empieza a calar el mensaje de que las cosas se hacían bien cuando había dinero y que los desarreglos del presente son consecuencia directa de la carestía económica. Es un discurso fácil e interesado. Lo único que ha hecho la reducción de los presupuestos en cultura es evidenciar hasta qué punto estábamos haciendo las cosas mal. El problema en 2012 es el mismo que en 2002: que la gestión de los recursos económicos del Ministerio, las Consejerías y las Concejalías de Cultura es lamentable. Cuando hablamos de que el CGAC y el MARCO no tienen recursos para programar en condiciones o contratar personal, al igual que cuando nos referimos a la desaparición de festivales y encuentros de música experimental, cine, danza o artes escénicas, estamos hablando de problemas cuya solución requiere decenas de miles de euros (el archiconocido Espai Zer01 -para que quede claro que éste no es un problema galaico- necesitaba para sobrevivir la "salvaje" cifra de 75.000 euros anuales). La exposición Gallaecia Pétrea, por su parte, supone un desembolso de alrededor de un millón y medio de euros para las maltrechas arcas de la Xunta de Galicia. ¿Con qué cara podemos seguir repitiendo que no hay dinero? Que hace algunos años el banquete fuese lo suficientemente grande como para permitir que muchos viviesen de las sobras de las iniciativas megalómanas no quiere decir que el problema no radicase -y siga radicando- en una nefasta distribución de recursos.

4. ¿Las causas de estos violentos desequilibrios? Muchas. Por un parte, los responsables en materia cultural de ayuntamientos, comunidades autónomas y el propio estado español suelen tener tanto conocimiento y experiencia en gestión cultural como yo en física cuántica. Por otra, muchos de estos cargos -y/o de los correspondientes mandos intermedios- son ostentados por gestores económicos que tienen muy claro qué hacer para cuadrar las cuentas pero que no tienen ni la más remota idea de la rentabilidad social del patrimonio y las actividades con las que juegan a su particular Monopoly (algunos reclaman mayor protagonismo de los artistas -"jubilados", por lo general- aunque una mirada a la SGAE puede dar pistas de lo peligroso de esta opción). Sin embargo, el mayor problema es que la gestión del arte contemporáneo en nuestro país se ha convertido en un gigantesco cambalache. Hablar de caciquismo y nepotismo es poco. Comisarios comiendo y dando de comer de/a las más diversas manos, montando exposiciones como churros hasta conseguir que sus cuatro amigos salgan hasta en la sopa, artistas con más participaciones en saraos que obras producidas, plazas y subvenciones a dedo, adquisiciones de obra guiadas por intereses o favores personales...

No se me ocurre un ejemplo mejor de la esquizofrenia del sector que algunas ferias de arte. En Galicia hemos sufrido un caso esperpéntico que ha funcionado en -al menos- una ocasión de la siguiente manera: una administración local, la administración autonómica y varias fundaciones (todo dinero público, entiéndase) pagan a una empresa privada para organizar una feria; como no hay mercado para la misma ni, en consecuencia, interés por tomar parte en ella, dichas entidades ofrecen, adicionalmente, una ayuda sustancial a las galerías gallegas que acepten participar; ¿quién lleva a cabo, una vez inaugurado el evento y ante la ausencia casi total de coleccionistas privados, el grueso de las compras? Las mismas administraciones públicas y fundaciones que han pagado el evento. Ya me dirán si tiene sentido montar todo este jaleo por cuatro noticias y dos fotos en la prensa local... Habría sido más sencillo -y económico, aunque hubiese que pagar mariscadas en concepto de dietas- mandar a alguien de compras por Coruña, Vigo y Compostela. 

De esto nadie habla, claro, porque el silencio evita problemas -como en política-. Paradójicamente, el único desmantelamiento que podemos observar afecta a este tipo de verbenas: donde antes había X y comían treinta ahora hay X/5 y comen seis. De ahí viene la letanía plañidera, no del arrepentimiento por los pecados cometidos ni de un súbito interés por el bien común.

5. Démosle la vuelta a la tortilla. Que el grifo se haya cerrado ha permitido que se conceda un protagonismo inusual a proyectos como los que Calvo cita: FAC Peregrina, El Halcón Milenario, Baleiro. También que aumente la presencia en los templos del arte de artistas gallegos que hasta ahora desempeñaban un papel secundario. "Sí, pero no cobran". ¿Y quién cobraba antes? Al margen de los cuatro amigos de siempre, prácticamente nadie. Lo que no parece lógico es que los marginales -en el sentido literal del término, los que habitan las fronteras institucionales- esperen, en lugar de una transformación estructural, la oportunidad de entrar en un círculo privilegiado para beneficiarse del juego de intereses y de la asimetría distributiva de los que hablamos. Esto sólo puede conducir a perpetuar la precariedad.

Que nadie se confunda, nada más lejos de mi intención que defender el engañoso discurso de "la crisis como oportunidad". Sólo quiero hacer hincapié en lo mal, lo espantosamente mal, que estábamos antes. Que no estemos peor sólo puede indicar que necesitamos replantearlo todo, elaborar y asumir un código (real) de buenas prácticas y debatir colectivamente sobre cuál debe ser el papel de las instituciones culturales y cuáles son los medios y modos en que deben desempeñarlo. Si la esperanza es que vuelva a fluir el dinero para gestionarlo con la arbitrariedad con que llevamos décadas gestionándolo, mal asunto.

domingo, 1 de julio de 2012

Open Art

If, as Hussey would seem to suggest, Open Art is about giving coders access to institutional or other forms of data for the purposes of data visualisation, then we have a new digital divide on our hands.

The percentage of the public who can participate is limited to those with the knowledge and skills to process the data. We should also ask if algorithmically visualised data is in fact more open, allowing for bottom up engagement in the way in which the database is structured, or if is it just another cultural artifact to consume.

[...]

In this country, art institutions, as any public institution, must take seriously their role in shaping, critiquing and facilitating experiences in this realm. To consider how art might engage with the internet as a living space and the material impact of database culture is not as simple as crowdsourcing 'Likes', opening up the marketing data of an arts institution to coders or "injecting culture straight into people's lives" with realtime data feeds, as Hussey suggests.

If we want Open Art to be more than a passing fad, we need to think about New Curation as a form of structuring the interface between the labour of participation, or aesthetic and experiential labour, and the ubiquitous mediascapes of our time.

Boo Chapple: Open Art: why and how should the public participate?