Vaya por delante que el contenido de este post no nace de un análisis exhaustivo, sino de la mera observación; carece, por tanto, del rigor de la estadística, pero aporta, creo, ese componente de sinceridad -y de subjetividad, como es lógico- de la experiencia personal. ¿Acerca de qué? Pues acerca de la escasez de contenidos e iniciativas de humanidades en la red.
Puede que no sea el más indicado para hablar, habida cuenta de mi escasa actividad reciente en este medio. Sin embargo, siempre me han interesado cuestiones como la web 2.0, la blogosfera, los sistemas de código abierto, la incidencia de las tecnologías de la información en los procesos creativos y un largo etcétera de temas afines. Hasta hace tres años, sin ir más lejos, estuve involucrado en diversas publicaciones digitales y, a pesar de haber abandonado estos proyectos, he tratado de seguir informándome en relación con estos temas.
Una de las múltiples razones que me han llevado a ver los toros desde la barrera ha sido el moverme en un escenario poco propenso a asumir la comunicación digital. Trabajo en una galería de arte contemporáneo y estoy (indirectamente) vinculado a la investigación académica en este mismo campo. En este contexto, la indiferencia con que se habla de las nuevas tecnologías es sorprendente: cualquiera diría que todo lo que tiene relación con la red es de obligatoria restricción al ámbito geek e inaccesible para el historiador, antropólogo o filólogo de a pie (cuando, en mi opinión, es justamente todo lo contrario).
Me diréis que Internet alberga un buen número de proyectos interesantes en relación con estas disciplinas, pero conviene matizar porque:
a) los debemos, mayoritariamente, a arquitectos, urbanistas y tecnólogos vinculados a los medios de comunicación
b) cuando responden a la iniciativa de profesionales del ámbito de las humanidades, se debe, casi exclusivamente, a que el objeto de estudio de éstos alude a las nuevas tecnologías o a sus efectos en la sociedad.
Dicho con otras palabras: la actividad en la red de aquellos que investigan iconografía medieval, etnografía, literatura decimonónica o vanguardias históricas, por ejemplo, es más bien escasa o, en su defecto... cómo decirlo... muy web 1.0. Me explico:
Al consultar webs sobre arte contemporáneo (incluso sobre new media art, por difícil que parezca), observo que hay muy pocos enlaces, muy pocos comentarios, muy poca participación... es decir, no hay bidireccionalidad en la producción y distribución de los contenidos. Encuentro algunos artículos excepcionales, es verdad, muy interesantes conceptualmente hablando, plagados de citas a los grandes teóricos de las últimas décadas pero anémicos de alusiones a recursos disponibles en la web. No se ha conseguido generar todavía una esfera crítica sólida online, en parte porque no se ha conseguido disponer de un catálogo de recursos en condiciones: cientos de textos son condenados al olvido del papel, a los fondos de los archivos y las bibliotecas o a las actas de los congresos. ¿Por qué no se difunden públicamente? Es algo difícil de entender.
Me diréis que el arte contemporáneo no tiene mucho que ver con las nuevas tecnologías. Discrepo; pero, aunque así fuese, tampoco la moda tiene una relación evidente con ellas y, sin embargo, cuando das una patada a una piedra salen 100 cool hunters sustentando comunidades tan activas como ajenas a los mecanismos que rigen la comunicación digital. Por otra parte, teóricos no faltan, por lo que es obvio que han decidido decantarse, de manera voluntaria, por el silencio digital.
Es posible identificar, en paralelo, otro hecho destacable: la preponderancia de webs y blogs institucionales, también muy 1.0, en los que abundan los contenidos del tipo "mañana inauguramos" tal exposición, "en noviembre presentamos" tales jornadas, "he aquí nuestro calendario de actividades"... Esto se traslada a las redes sociales, reducidas a la condición de mero soporte publicitario, y se completa con otra tendencia detectable en los blogs que tratan de aportar algo diferente: textos muy largos y actualizaciones poco frecuentes.
Las excepciones, que las hay, no son el propósito de este texto. Sí me gustaría destacar, a modo de pequeño homenaje y como muestra de que hay un amplio campo para la investigación en este sentido, la figura de José Luis Brea, uno de los grandes referentes de la teoría del arte en nuestro país y el responsable de proyectos como w3art, aleph, La Societé Anonyme o SalonKritik. Brea, como activista entusiasta, fue realmente un ejemplo de coherencia: practicó lo que predicó, desde el net.art hasta la crítica, implicándose ampliamente en la construcción de un espacio público "no depotenciado políticamente", es decir, de comunicación efectiva y diálogo real. Y además, nunca se mordió la lengua.
Su fallecimiento, el pasado 1 de septiembre, fue una noticia especialmente triste. Nos dejó, no obstante, un valioso legado, y muchas de las claves que deberían animarnos a participar activamente en la definición de un nuevo espacio social en una época tan convulsa como estimulante.
El cambio que ha tenido lugar en los últimos años es sólo una parte de la violenta transformación que experimentará nuestra forma de relacionarnos. Creo es especialmente importante -y urgente- aumentar la presencia de las humanidades en Internet y tejer redes de colaboración abiertas e interdisciplinares.
Concluyo con algunos fragmentos del manifiesto de Redefinición de las prácticas artísticas s.21 (lsa47) de LSA:
No somos artistas, tampoco por supuesto «críticos». Somos productores, gente que produce. Tampoco somos autores, pensamos que cualquier idea de autoría ha quedado desbordada por la lógica de circulación de las ideas en las sociedades contemporáneas. Incluso cuando nos auto-describimos como productores sentimos la necesidad de hacer una puntualización: somos productores, sí, pero también productos. [...]
En las sociedades del siglo 21, el arte no se expondrá. Se difundirá. [...] En las sociedades del siglo 21 el artista no percibirá sus ingresos de la plusvalía que se asocie a la mercantización de los objetos producto de su trabajo, sino que percibirá unos derechos asociados a la circulación pública de las cantidades de concepto y afecto que su trabajo inmaterial genere (será un generador de riqueza inmaterial, no el primer eslabón en una cadena de comercio de mercancías suntuarias). La nueva economía del arte no entenderá más al artista como productor de mercancías específicas destinadas a los circuitos del lujo en las economías de la opulencia, sino como un generador de contenidos específicos destinados a su difusión social. [...]
Si las nuevas sociedades pueden hoy ser definidas como sociedades del trabajo inmaterial, sociedades del conocimiento, hay que reconocer entonces que a las prácticas de producción simbólica -a las actividades orientadas a la producción, transmisión y circulación en el dominio público de los afectos y los conceptos (los deseos y los significados, los pensamientos y las pasiones)- les incumbe en ellas un papel protagonista, absoluta y seriamente prioritario. El artista como productor ya no opera en ellas como una figura simbólico-totémica, sino como un genuino participante en los intercambios sociales –de producción intelectual y producción deseante. [...]
Lo que está en juego en las nuevas sociedades del capitalismo avanzado es el proceso mediante el que se va a decidir cuáles son y cuáles van a ser los mecanismos y aparatos de subjetivación y socialización que se van a constituir en hegemónicos, cuáles los dispositivos y maquinarias abstractas y molares mediante las que se va a articular la inscripción social de los sujetos, los agenciamientos efectivos mediante los que nos aventuraremos de ahora en adelante al proceso de devenir ciudadanos, miembros de un cuerpo social.
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