lunes, 13 de febrero de 2012

El arte, ese activo financiero

Con ARCO 2012 calentando motores, lo mejor que se me ocurre es tirar de archivo y recuperar mi post sobre la edición del pasado año. El tiempo pasa, la cantinela permanece. Por alguna extraña razón diarios y revistas especializadas intentan demostrarnos sin descanso que ARCO es, más que un evento comercial, un espacio de experimentación e investigación en el que se dan a conocer las propuestas creativas más interesantes y rupturistas.

Lo complicado de digerir, no obstante, es que, efectivamente, a este paso y una vez fagocitada la institución, pronto del arte contemporáneo sólo quedará el mercado. Es sintomático que incluso críticos e historiadores den por sentado que la discusión no puede ir más allá de la banalidad ferial, que lo mejor es ponerse cómodo y comentar el desfile de cada temporada. Martí Manen tiene mucha razón cuando afirma que se ha roto un viejo equilibrio:
El contexto institucional funcionaba como un contrapeso, como un componente donde aparecía la legitimidad y donde se podían marcar ritmos propios seguramente más pausados. También la capacidad de experimentación podía ser mayor, ya que no existía la necesidad de sacar un rendimiento económico a la de ya mismo. El contexto institucional incorporaba la investigación en sus procesos y, sin negar su conexión con el mercado, era capaz de lanzar propuestas que a priori parecían incorporar cierta dificultad para las formas y modos del comercio.
[...] El "pacto" entre agentes entendía que el contexto institucional equilibraba el mercado, que cada uno de ellos definía algo de una totalidad y que las distintas aportaciones y modos de hacer eran favorables para el conjunto, entendiéndose el conjunto tanto el mundo del arte como también la sociedad. La función del museo superaba el tiempo presente para ser archivo y futuribles. El proto-centro de arte se convertía en ese lugar donde algo estaba en proceso de definición.
[...] Los resultados tienen que ser económicos y no sirve ya ni la palabra educación como sistema de defensa. A las instituciones se les obliga a su mercantilización. Los políticos celebran que la financiación privada vaya ganando enteros y presentan como modelos a aquellas grandes instituciones que más camisetas y postales venden, logrando así un tanto por ciento mayor de financiación propia, como si "propia" no fuera la pública.
Cómo estará la cosa para que tengamos que reivindicar el papel de la institución... Pues a este nivel de profundidad, para ser exactos; en plan quedar con los amigos, tomar unas cervezas y concretar el plan del fin de semana. Y el tema empeora a medida que nos ponemos serios, porque la tertulia mediática tiene dos debilidades: aplicar el mito romántico del genio creador al coleccionismo, convirtiendo algo tan sencillo como una transacción comercial en una epopeya, y cultivar el hype a través de palabros como postgraffiti.

Para los que todavía no lo sepan, el postgraffiti es, más o menos, lo que ocurre cuando alguien que piensa que "el arte urbano supone una inexorable apropiación del soporte sobre el que está creado", que es efímero por definición y que no puede ser asimilado por el mercado expone su obra en el stand de El País en ARCO. Lo han entendido bien: el postgraffiti no existe, pero a buen seguro hace las delicias de alguno de esos incomprendidos mecenas que luchan a brazo partido por salvar el arte contemporáneo comprando de feria en feria.

No me malinterpreten, no se trata de proscribir el arte comercial ni de cuestionar a sus agentes, sino de exigir un mínimo de decoro a la hora de poner las cartas sobre la mesa. Esa papilla de mercado, institución y transgresión domesticada que nos venden no hay quien se la trague; ese travestismo del gestor que es comisario, crítico, art dealer y artista mientras pontifica sobre la necesidad de profesionalizar el sector no es ético. Todo sería más fácil si explicásemos que ahora práctica artística e institución son consecuencia, no causa, del mercado. Así tendríamos un buen punto de partida para interpretar lo que ocurre dentro y fuera del circuito comercial artístico.

Pero el sistema juega otra carta: la de disimular sus muchas incoherencias en un funcionamiento opaco. Por eso difiero de Brian Droitcour cuando critica a VIP Art Fair por hablar de exclusividad pese a no poder evitar ser "una pestaña más en nuestro navegador". Voluntaria o involuntariamente, VIP Art Fair se muestra como lo que es, un buen portal de ventas, y esos términos que desconciertan a Droitcour -como "privacidad" y "VIP"- están más cerca de la estrategia de marketing de cualquier private shopping club que del exhibicionismo de las grandes ferias.

Nos hemos alejado tanto de verdades tan obvias que tiene que venir un periodista especializado en economía a recordarnos que "el arte se ha convertido en un activo financiero" y que su mercado "es el menos regulado del mundo". Léanlo, por favor, porque es lo más elocuente y honesto que se ha publicado estos días a propósito de la feria.

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