El pasado domingo publicó un artículo sobre la crisis del sector artístico español en The Guardian. No un artículo audaz ni especialmente duro, sino uno de esos textos más sensatos que punzantes cuyo mérito radica en constatar ciertas evidencias incómodas. Evidencias como que España sufre las consecuencias de su nefasta planificación cultural, que ha invertido mucho dinero en grandes infraestructuras sin dedicar apenas atención a sus contenidos y que ha primado una visión política y espectacular del arte hasta condenar a los artistas a elegir entre la carestía patria o una oportunidad en el exilio.
Searle aprieta, pero no ahoga. Critica, sí, pero desde el comedimiento, en plan polite, tal vez porque ha trabajado más de una vez en nuestro país y porque piensa seguir haciéndolo. Con todo, su artículo merece la pena y se difunde rápidamente. Me alegra... al menos hasta que la proliferación de comentarios empieza a desconcertarme. Es curioso, en apenas veinticuatro horas se hacen eco del texto hasta los más autocomplacientes. Empiezo a leer cosas que me dejan atónito, como que es "polémico". Polémico sería decir que España se caracteriza por un compromiso inquebrantable con la investigación en materia cultural (bueno, vale, eso tampoco sería polémico: sería hilarante).
Lo que quiero decir -y no precisamente a modo de reproche- es que Searle se deja en el tintero buena parte de nuestras miserias. No entra a valorar la paupérrima gestión de muchos de nuestros grandes centros, ni la escasa rentabilidad cultural que extraen de sus no-tan-exiguas-como-nos-venden partidas presupuestarias; no cuestiona nuestros celebrados "códigos de buenas prácticas", instrumentos al servicio de la arbitrariedad, el nepotismo y la endogamia; tampoco pone en entredicho la endeblez de nuestro coleccionismo privado, ni la falta de criterio de muchas de nuestras colecciones públicas. No mete el dedo en la llaga, vaya, y hasta cierto punto habrá que darle las gracias por no dejarnos (más) en evidencia.
Lo triste no es, por tanto, que algunos desayunen, por un día, una buena dosis de realidad hispana vía The Guardian. Lo triste es que tenga que ser un medio extranjero el que publique algo tan obvio; que sea entonces cuando muchas de las instituciones y profesionales del arte se planteen reconocer que "algo falla" -eludiendo responsabilidades, of course-; que los Brea y cía se hayan pasado años predicando en el desierto; que muchos artistas se hayan preocupado más de colgarse el cartel de "reivindicativos" que de reivindicar algo; y que ahora se lamenten quienes miraban para otro lado mientras nuestras políticas culturales seguían la estela de nuestra bien querida economía del ladrillo.
La verdadera pregunta no es cómo sobrevivir sin dinero, sino para qué lo queremos. Pocos lloran, me temo, por la precariedad de nuestra cultura: la mayoría se limita a añorar los privilegios perdidos.
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EDITO: Este artículo de Eleanor Heartney es un buen complemento.
Estimado Adrían me abruma usted al utilizar mi artículo para enmendarle la plana a Adrian Searle... dice usted cosas muy sensatas. Un abrazo.
ResponderEliminarVerdades como puños! Fuerte y triste que tenga que haber venido un inglés a definir la situación. Evidentemente no profundiza, es very polite ;) Pero, acaso crees que ha servido para que instituciones y profesionales del arte se planteen reconocer que "algo falla"??? Lo dudo...
ResponderEliminarMuchas gracias por los comentarios. Ese artículo de tu blog debería ser de obligada lectura, Nacho, porque casos como ése (o similares, no necesariamente tan gore...) pasan con demasiada frecuencia inadvertidos.
ResponderEliminarEn cuanto a lo del reconocimiento de que "algo falla", Pilar, es obvio que no les va a servir para hacer autocrítica, pero al menos se han dignado a comentar el tema (aquí, para variar, amplificamos lo que viene de fuera y silenciamos lo nuestro).
En fin...
¡Lucharemos y venceremos! :D #polite eh! very polite!
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