lunes, 19 de marzo de 2012

Algunos apuntes sobre la #redada compostelana

Bajo el título de Cultura y creación en la era digital, el pasado 9 de marzo se celebró, en Santiago de Compostela, el primer encuentro de #redada en Galicia. La verdad es que fue un placer participar, aunque, como suele ocurrir en estos casos, el tiempo se quedó corto para poder desarrollar todos los temas planteados. Me he animado, pues, a tratar algunas ideas sobre las que me parece interesante trabajar:

1. Sobre los términos
Con la #redada bastante avanzada, uno de los participantes -Manel Loureiro, si no me falla la memoria- matizó uno de mis comentarios sobre la industria cultural indicando que deberíamos hablar de industria del ocio. No pude estar más de acuerdo con su apreciación -esa distinción ha sido un tema habitual en este blog-, pero me pareció preocupante el contexto en que se produjo: llevábamos más de tres cuartos de hora hablando, única y exclusivamente, de los modelos de negocio de las industrias editorial, cinematográfica y musical.

Pensémoslo bien: varias personas que estamos de acuerdo en que industria cultural es un oxímoron dedicamos la mayor parte del tiempo a analizar, precisamente, temas tan ajenos a la cultura como si unos señores que se dedican a producir películas ganan más o menos dinero o si se equivocan o aciertan al no suscribir acuerdos con Netflix. El factor económico amenaza siempre con monopolizar las conversaciones, incluso cuando el escenario lo define un epígrafe tan poco mercantilista como "cultura y creación en la era digital". Sería bueno probar a empezar de abajo a arriba: primero qué nos interesa proteger y promover bajo el calificativo de cultural, después, cómo hacerlo.

De hecho, y como era de esperar, cuando hacia el final de la #redada surgieron estas cuestiones aparecieron las divergencias más claras. No recuerdo quién dijo que la cultura no podía ser identificada ni con el acto de producción ni con el objeto producido, que la cultura comenzaba cuando alguien iniciaba la lectura de un libro. Discrepo. Si la afirmación proviene de esa arraigada idea de superioridad moral/intelectual del lector (digo esto porque la cosa terminó con un literatura vs. televisión), estoy lejos de compartirla; si la idea era enfatizar que es el acto de recepción el que determina el componente cultural, tampoco puedo entenderla como criterio (¿es cultura un panfleto mal argumentado o un artículo con datos y supuestos falsos por el mero hecho de que alguien lo lea?). No hay que olvidar, por cierto, que esa perspectiva abre la puerta a la idea de apoyar proyectos en función de su hipotética audiencia, el juicio cuantitativo de la cultura.

2. Sobre los actores
Una de las consecuencias de que la noción de industria cultural articule el discurso es la exclusión, inconsciente, de determinados colectivos. Es difícil llevar la conversación tanto hacia territorios poco rentables en términos económicos como hacia prácticas -lucrativas o no- alejadas de la tradición. ¿Qué pasa con el teatro? ¿Con la música clásica? ¿Con la danza? ¿Con la remezcla? ¿Con el fabbing? ¿Con la programación de software? ¿Con la visualización de datos?... Cuando el punto de partida es la idea genérica de cultura, incluso la arquitectura tiene a polarizarse: criticamos, con razón, los excesos del star architect, pero olvidamos prestar atención, por ejemplo, al urbanismo emergente. Paradójicamente, las miras se amplían cuando omitimos la idea de cultura, cuando partimos de presupuestos sencillos como creación, ciudadanía, taller, pintura, experimentación, hardware...

Hace unos días le preguntaron en #nethinking a Antón Reixa, aspirante a presidente de la SGAE, si, en relación con los cambios derivados de la aparición de internet, estaba en juego la creación o la industria cultural -"porque a lo mejor la creación no está en juego y la industria sí" (min. 10:30). Su respuesta fue muy ilustrativa de cómo se concibe la cuestión:
"En la sociedad capitalista, igual que sólo existe la economía social de mercado, sólo existe una industria cultural que está compuesta por corporaciones multinacionales, pero que también está compuesta por creadores y productores independientes. Entonces, si agredimos a ese todo estamos agrediendo a todo. Y afecta también a la creación independiente y a la producción independiente. Es cierto que la gran industria cultural no supo actualizarse y ponerse al día con las redes digitales, pero yo que soy un autor independiente y un productor independiente no tengo la culpa de eso, y me está penalizando a mí la piratería en la red y está colapsando el crecimiento de mi trabajo y el crecimiento de la gente que está conmigo."
Puede parecer una anécdota pero, insisto, es una declaración muy significativa. Obviando el (torpe) recurso al mito del productor independiente, implica considerar como creador -y como creación- únicamente aquello que sea producto de la lógica de mercado, y supone juzgar cualquier agresión a la industria del ocio -volviendo a la precisión de Loureiro- como un ataque a la propia creación cultural. Un razonamiento ciertamente perverso.

3. Sobre la intervención estatal
Uno de los temas de moda al calor de la crisis es el papel que el Estado debe desempeñar en la financiación y promoción de la cultura. Ya he comentado en alguna ocasión que me parece que tendemos a simplificar las opciones. Hablamos de mecenazgo vs. subvención, pero las cosas son mucho más complejas (¿qué tipo de subvención con qué mecanismos de control? ¿qué tipo de mecenazgo, bajo qué condiciones y con qué propósitos?). Es absurdo defender la supresión de las subvenciones basándose en que están mal gestionadas, y en cuanto al mecenazgo, si equivale a desgravación fiscal seguimos hablando de dinero público (y en el ámbito del arte contemporáneo, dicho sea de paso, de especulación pura y dura).

Por lo demás, una cosa es que seamos admiradores de Kickstarter y que reconozcamos esta y otras plataformas de microfinanciación como parte de una verdadera revolución en la forma de desarrollar proyectos culturales (por su alcance, democratización y amplitud, ya que la financiación de obras de arte mediante suscripción popular no es nada nuevo), y otra muy diferente es que creamos que con ellas está todo arreglado. Es bonito pensar que permiten a cualquier autor con un proyecto interesante conseguir los recursos que necesita para llevarlo a cabo (no para vivir de él, ése es otro tema), pero el planteamiento tiene importantes grietas: por una parte, no es cierto que la red haya traído la horizontalidad y la meritocracia -sigue habiendo múltiples verticalidades, subredes, posiciones y opiniones privilegiadas-, por otra parte, y aunque suene a obviedad, hay gente que se vende muy mal (y, cómo no, gente que saca petróleo para proyectos muy pobres a base de simpatía y savoir-faire en las redes sociales). No creo que sea positivo trasladar esta dinámica, tan genuinamente comercial, al ámbito de la gestión cultural. Como bien apuntó Pedro Jorge Romero, hay proyectos que merecen ser realizados, independientemente de que tengan más o menos éxito, ventas, visitantes, lectores o espectadores. ¿Cuáles son y, en caso de no poder determinarlos, cómo hacerlos posibles? Tal vez deberíamos empezar por esta pregunta.

2 comentarios:

  1. La cuestión desde mi punto de vista es más simple. El termino "mecenazgo" me recuerda a los tiempos del Renacimiento italiano y simplifica en demasía el papel que la creación cultural puede y debe jugar en un contexto de sociedad global, donde Internet (le guste a A. Reixa o no) juega un papel. No se puede dar la espalda a Internet.

    Ser "creador" o "productor" de cultura no es sinónimo de talento. Este lo determina siempre el público. Puedes, debes, tienes que probar y arriesgar a que tu "obra" obtenga una justa compensación fruto de tu trabajo. Lo que no me parece inteligente es seguir manteniendo una serie de estructuras clásicas, decimonónicas como las "Sociedades de derechos de autor" por que estas son gremiales. Los gremios, imponen toda una serie de condiciones que determinan quien es "creador" de quien no lo es. Y ahí, el paradigma de Internet juega un papel que rompe con esta vieja dinámica, que algunos (como precisamente A. Reixa) están empecinados en seguir manteniendo.

    ¿Alternativas? Las hay:

    a) el modelo de "Propiedad intelectual" es un modelo anglosajón fruto de una concepción neoliberal y nada colaborativa de transmisión cultural. Fomenta el uso y abuso del oligopólio.

    b) el consumo cultural debe de autofinanciarse sobre la base del gusto del consumidor. "Donde, cuando y como quiera". Adapta tu producto al gusto del consumidor.

    c) el Estado no debe de ser el "gran mecenas" de la gestión cultural. Tenemos como ejemplo la CdC en Compostela. Un gran fracaso cultural, un gran éxito arquitectónico. Un gran nicho de corrupción político - empresarial.

    d) la "producción independiente" de la que se alardea no es tal. Que no se rasgen las vestiduras. Se han utilizado canales públicos de difusión culturales para obtener rentabilidades que empresarialmente no han sido tal.

    Conclusión: si encima de todo esto, acudes a la industria de la información y "demonizas" a tu público (ciudadanos que utilizamos la Red para obtener y/o compartir cultura) no les llames "piratas".

    Un saludo.

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  2. Gracias por el comentario, Enrique. De acuerdo con la obsolescencia de la SGAE y del modelo de propiedad intelectual, así como del abuso de la etiqueta "independiente". Por lo demás:

    No veo que internet y mecenazgo sean términos excluyentes. No hace falta irse al siglo XV para encontrar la figura del mecenas, que ha estado presente en toda la historia del arte (iglesia, estado, algunos aficionados, galeristas y artistas... En la #redada mencioné a Stein, por ejemplo). Podemos llamarle apoyo o patrocinio, pero como digo no es algo ajeno ni opuesto a la red, y desde luego no veo que su mención o existencia simplifique el papel de la creación cultural (que existe al margen del mecenazgo, por supuesto).

    En cuanto al riesgo que debes asumir como creador, precisamente me interesa el recalcar que existe gente que no necesita asumir ningún riesgo porque no tiene ninguna intención de lucrarse con lo que crea (por las razones que sean). Uno de los problemas que saco a relucir en el texto es que intentamos huir de ciertos modelos sin liberarnos de conceptos como "consumo cultural". "Consumir un libro / concierto / blog" ya suena bastante raro, pero si hablamos de un grupo de gente que subtitula películas para proyectarlas en un cineclub, por ejemplo (eso también es cultura), ¿cómo encajan ahí las ideas de producto / consumo / financiación / consumidor? De ninguna forma, creo. Gran parte de la actividad cultural se produce al margen del mercado. Tengamos esto claro.

    Sobre el papel del estado como mecenas... Sinceramente, no entiendo qué tiene que ver eso con la CdC. Al post me remito: ¿que un señor decida gastar el dinero público en un proyecto ridículo significa que haya que renunciar a financiar con dinero público cualquier proyecto cultural? Piensa que si aplicásemos ese razonamiento a toda la gestión pública, cerraríamos los hospitales tras el primer escándalo en Sanidad y dejaríamos las carreteras a medio terminar tras la primera chapuza en Fomento. El problema de la CdC es que nunca ha sido un proyecto cultural, sino un proyecto para el que se ha intentado buscar legitimidad aludiendo a su supuesta naturaleza cultural. Es diferente.

    Un saludo.

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