Admitámoslo, el primer contacto con Art Project es realmente positivo: su interfaz tiene el sello de Google; la navegación es rápida y sencilla; el listado de museos, incuestionable; la calidad de las reproducciones (y la facilidad con que podemos explorarlas, algo esencial), simplemente increíble. No se pueden discutir sus enormes posibilidades a nivel de docencia e investigación. Por eso me sorprenden algunos comentarios, resultantes, entiendo, de una lectura contemporánea de obras de hace siglos. Me refiero, por ejemplo, a algunas ideas del por otra parte interesante análisis de Pau Waelder, quien critica la "hipérbole de los gigapíxeles" y se pregunta "por qué necesitamos ver los poros de los lienzos de las grandes obras". Hay una razón, y es que hubo un tiempo en que "pincelada", "materia", "línea" y conceptos similares revestían una importancia capital en la concepción pictórica. No se puede entender (ni explicar, ni en ocasiones datar o atribuir) una parte significativa de la pintura desde el Renacimiento hasta nuestros días sin atender a ese zoom extremo que Waelder, parafraseando a Baudrillard, tilda de "obsceno".
En este sentido, muchos profesores y especialistas estarán bendiciendo la aparición de Art Project y la facilidad con que, en lo sucesivo, podrán llegar al aula, abrir su "álbum" y hacer visible, literalmente, la importancia de los matices. Aprovecho para recordar que hay gente que sigue recibiendo clases de Historia del Arte a través de diapositivas, y que hasta hace apenas unas décadas el grueso de la licenciatura correspondiente se impartía a través de fotografías en blanco y negro. Definitivamente, no creo que podamos reprocharle a Google este alarde técnico que, por otro lado, deja en evidencia experimentos previos como Haltadefinizione.
Dicho esto, cierro el capítulo de halagos y me centro en lo escabroso del proyecto:
1. La aplicación de la tecnología Street View a las salas de los museos es un desastre. Todos mis paseos por el MoMA, el Thyssen o la Frick Collection han terminado en el mismo punto: los años 90. Me he reencontrado conmigo mismo intentando traspasar paredes, ofuscándome porque algunas estancias sólo podían ser vistas "desde lejos" y maldiciendo la "calidad" de la reproducción de los lienzos que no han sido sometidos a un titánico proceso de digitalización.
Humo, en suma. Sobre todo considerando que todo el proyecto gira en torno al concepto idealizado de "visita virtual".
2. Hay una cuestión especialmente controvertida en el F.A.Q. de Art Project:
Are the images on the Art Project site copyright protected?
The high resolution imagery of artworks featured on the art project site are owned by the museums, and these images may be subject to copyright laws around the world. The Street View imagery is owned by Google. All of the imagery on this site is provided for the sole purpose of enabling you to use and enjoy the benefit of the art project site, in the manner permitted by Google’s Terms of Service.
The normal Google Terms of Service apply to your use of the entire site.Habéis leído bien: Google (con el inestimable apoyo de los museos implicados) ha decidido "blindar" (copyright mediante) el contenido de la web en su totalidad. No puedo concebir nada más absurdo que impedir la libre circulación y utilización de reproducciones de cuadros de hace trescientos años... Bueno, sí, sustituir, en la vista genérica de las diferentes salas, las imágenes protegidas por derechos de autor por manchas... Huelgan comentarios.
3. Art Project reproduce los vicios de las grandes instituciones museísticas; impone una visión cuantitativa del arte y se entrega incondicionalmente al principio de autoridad. Se trata de un sistema cerrado que anula toda posibilidad de diálogo o reelaboración. Puedes crear tu propio álbum / colección, es cierto, pero la opción sabe a poco y se antoja una versión descafeinada de lo que el sistema podría dar de sí. El hecho de que ni siquiera se haya previsto la posibilidad de comparar directamente dos obras es sintomático. Parece que se ha optado por "simplificar" la experiencia: una obra, un discurso.
Difícil de entender, por otro lado, la excesiva dependencia del soporte textual en un escenario, el digital, que ofrece la posibilidad de establecer amplios contextos e interrelaciones visuales. ¿Por qué plegarse a las limitaciones que imponen el espacio físico y los soportes convencionales? Se podrían plantear lecturas e itinerarios transversales, enlazar e incorporar contenidos externos, articular debates en torno a las obras expuestas y definir, por qué no, múltiples espacios comisariados colectivamente en función de diferentes temáticas y perspectivas.
El problema es seguir apelando obstinadamente a un concepto místico del encuentro-con el arte y a su interpretación unívoca. A la hora de definir una esfera cultural genuinamente pública, creo que es conveniente hablar de plataformas y procesos; de generar y distribuir, por oposición a custodiar y publicitar.
En compteuredit recomiendan mirar hacia modelos como el de Wikimedia Commons. Un proyecto más específico es Smarthistory, que hasta ahora es sólo un esbozo de lo mucho que se puede hacer para promover la producción abierta de contenidos en torno al patrimonio histórico-artístico. Es conveniente señalar, no obstante, la escasa participación en la red de investigadores dedicados al arte pre-contemporáneo (restringida, además, al ámbito académico, mayoritariamente norteamericano). Una breve búsqueda en Quora o en ciertas bibliotecas digitales arroja un balance desolador en este sentido.
Con tanto camino por recorrer, en cualquier caso, (casi) toda aportación es bienvenida.
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