domingo, 22 de diciembre de 2013

Antropología

Beati hispani quibus bibere et vivere idem est... Y no lo digo por la cuestión fonética.

 

La entrevista es en español, por cierto. No sé si lo más apropiado para resucitar el blog, pero muy divertida.

martes, 30 de abril de 2013

Más propaganda

La delgada línea entre el afán de superación, la meritocracia y el darwinismo social.

lunes, 22 de abril de 2013

Clasicismo publicitario y espacio público

Siempre me ha llamado la atención el rechazo que la publicidad provoca en el público más conservador en lo que a cuestiones estéticas/artísticas se refiere. Es frecuente que quienes critican la degeneración de la creación contemporánea desprecien también los excesos de la propaganda televisiva. Frecuente y curioso, porque hay pocas cosas tan clásicas como la publicidad.

En realidad, la propia historia del arte precontemporáneo (y de buena parte del contemporáneo) es la de la propaganda. Podemos pensar en la arquitectura, claro, en cualquier templo religioso o edificio de gobierno, pero también en la producción pictórica y escultórica que siempre ha formado parte de la estudiada escenografía de éstos, de sus programas iconográficos, más o menos amplios y complejos, pensados para infundir temor, reforzar un determinado vínculo identitario -desde la pertenencia a una polis griega hasta la idea moderna de nación pasando por la fe religiosa- o, simplemente, consolidar e inculcar un determinado orden social.

Incluso en las colecciones privadas ha primado siempre una finalidad promocional (autopromocional, se entiende). La idea de exhibición, en toda su amplitud, está indisolublemente ligada a la historia del arte.  También lo está, consecuentemente, la de espacio público. No la de la idealizada visión que tenemos del mismo (ya sabemos que lo que entendemos por espacio público no existe, salvo, tal vez, de forma efímera), sino más bien la instrumentalización de ésta, ese escenario artificial construido mediante la concreción -artística- de determinados discursos y repertorios simbólicos (de dominación).

Lo que controla este espacio público "real", asimétrico y excluyente, es precisamente la publicidad (en tanto capacidad de hacer público), y el territorio por antonomasia de la publicidad contemporánea es, cómo no, un espacio privado que consideramos público, el de los medios de comunicación y, muy especialmente, el de la televisión. Puede que no nos reconozcamos en su antidialéctica, pero nos hemos acostumbrado a comunicarnos con y a través de ella. Al fin y al cabo, "nuestros medios de comunicación son nuestras metáforas y nuestras metáforas crean el contenido de nuestra cultura" (imagino que no hará falta incidir ni en la dependencia de la publicidad digital de la lógica vídeo-televisiva ni en la privatización creciente de la red).

El lenguaje de estas metáforas (el lenguaje del poder) es esencialmente conservador. Cuando la prioridad es la claridad en la transmisión del mensaje, se imponen los contextos y códigos más reconocibles. De ahí que toda revolución estalle con un lenguaje nuevo y se diluya al comenzar a expresarse en el antiguo. El orden verbal es social y moral.

En la actualidad, ese orden único es el del mercado, naturalmente, y la publicidad cumple el propósito de legitimarlo. La propaganda comercial no vende sólo un producto, vende (fortalece, legitima) un sistema, una escala de valores, un statu quo socioeconómico. Y hay que reconocer que lo hace con un dominio absoluto de los modos y contenidos narrativos convencionales (como es lógico, habida cuenta de la necesidad de captar la atención del espectador en un espacio sobresaturado y con un margen de tiempo exiguo).



El caso de Johnnie Walker es más que conocido. Nuestra capacidad para establecer un vínculo entre identidad, deseo y marca comercial es fascinante,  y el motto "keep walking" todo un filón. Parte de la idea (moderna) de progreso, mito constituyente de la sociedad capitalista, firmemente asentada en la convicción de la posibilidad y necesidad de cuantificarlo y jerarquizarlo todo. Éxito, satisfacción, innovación y calidad son mensurables. Si es posible determinar una linealidad histórica, un relato unívoco, es posible también objetivar la superioridad de un producto (de una marca, en realidad). Johnnie Walker va más allá de y vale más que, sin importar el baremo.

Esta idea de progreso se proyecta en el orden establecido a partir de un sustrato épico que encuentra en dos conceptos claves de la economía de mercado: el héroe (léase emprendedor, léase el individuo como marca) y el deseo/capacidad de superación que lo caracteriza.

En el siguiente vídeo, Haile Gebrselassie es, simultáneamente, héroe universal, superación personal de cada uno de los espectadores, África y striding man. La relación con el producto publicitado es inexistente, pero como sabemos la televisión habla al cuerpo.



Sorprendentemente, incluso cuando esa relación sí existe, la atención suele seguir desviándose del objeto. En este otro anuncio, por ejemplo, el paralelismo entre los logros deportivos y los político-morales de Emil Zatopek resulta clave. La contraposición entre su desvencijada bota de entrenamiento y la zapatilla de Adidas ejemplifica el progreso técnico, la fuerza de la voluntad humana y, cómo no, el triunfo de la libertad capitalista (de consumo) sobre la opresión comunista (de monopolización de lo público/publicitario).



Un discurso que continúa vigente, convenientemente evolucionado, como demuestra la campaña presentada por Lenovo en 2011 bajo el eslogan "for those who do" ("para los que hacen").



El guion es tan elocuente que Lenovo lo ha adoptado como carta de presentación.
"El mundo no avanzará por sí solo. Necesitamos un empujón [...] y gente con la determinación y la imaginación para llevarlo a cabo. Gente que se niega esperar de brazos cruzados la próxima gran evolución. Gente que hace. Los que trastean, los que construyen, los que crean. Nosotros construimos las máquinas [...] que ayudan a la gente que hace a hacer más, a hacerlo mejor, a hacer lo que nunca ha sido hecho [...]".
"Una campaña dirigida al público de Apple", apuntaba en su momento The New York Times, que destacaba el hecho nada trivial de que Lenovo fuese una multinacional china. Una compañía procedente de una emergente potencia económica (ex)comunista que, tras adquirir IBM, aspira a conquistar la audiencia de otro icono norteamericano. ¿Con qué argumentos? Paradójicamente, con los del pragmatismo y la autenticidad: los que hacen frente a los que observan, los que innovan frente a los que plagian, los que aportan frente a los que destruyen, la renovación frente a la resistencia al cambio... La dicotomía winner/loser con todos sus matices -el capitalismo, vaya- y el progreso a través de la técnica [Vorsprung durch Technik que diría Audi]. Moderando el tecnodeterminismo, claro, ya que el mercado apela ambigua y simultáneamente a la omnipotencia de las voluntades individual y colectiva, tal vez por entenderlas como la realización a través del consumo.

En este contexto conceptual se desarrollaba otra acertada campaña, en la que Vodafone se vestía de benefactor social: ¿recuerdas cuando llamabas a un lugar y no a una persona? Pocas declaraciones más efectivas que ese "la vida es móvil. Móvil es Vodafone".



El sector automovilístico, por su parte, encuentra su particular leitmotiv en la idea de perfección (Lexus la explicita, de hecho, en su "relentless pursuit of perfection"). Idea que, a mi modo de ver, tiene bastante relación con un componente fundamental del sistema: el producto como promesa de felicidad y la felicidad como horizonte permanente.



Es obvio que no se puede superar la promesa de perfección, pero parece que sí se puede renovar perpetuamente, apelando en parte al carácter circunstancial del concepto y en parte a nuestra extraordinaria capacidad para olvidar y para creer (olvidar para creer, más bien).



En cuanto a las propuestas supuestamente alternativas, como las conocidas fotografías de Oliviero Toscani para Benetton o las últimas campañas de Dolce & Gabbana, no se puede decir que rompan ningún esquema. El patrón que todas ellas repiten es claro: temática provocadora y conservadurismo formal.


Lo de la provocación, por cierto, es bastante relativo. Es asombrosa la facilidad con que algunas compañías logran que se les retiren campañas publicitarias. El arte contemporáneo lleva décadas rizando el rizo, anestesiado por el cubo blanco y la saturación de un público sumamente restringido, pero el territorio de los mass media sigue siendo asequible cuando lo que se pretende es epatar al burgués (quienquiera que éste sea hoy). Una cita religiosa o histórica, una nota sexual divergente o violenta, y el éxito en forma de polémica está garantizado. Tal vez porque hemos interiorizado plenamente, como decía, que el espacio privado de la prensa y la televisión es el espacio público de facto... mientras que lo que ocurre en el espacio teóricamente público del museo tiene un carácter plenamente privado. 

Curiosamente, además de beber de la historia del arte, la publicidad se emancipa al emularla, buscando cada vez más en su propia cultura sus referentes, su legitimidad y sus recursos formales. Un excelente ejemplo de ello es el universo de referencias y símbolos creado en torno a la figura de Michael Jordan. La codificación de sus gestos y actuaciones por parte del engranaje mediático que siempre lo ha rodeado constituye una verdadera mitología de la cultura comercial.



En realidad no son dos, sino un único sistema. Lo que cambia es nuestra perspectiva y el contexto.

lunes, 11 de marzo de 2013

La posmodernidad de Bárcenas

De un tiempo a esta parte, me llama más la atención el aspecto estético que el aspecto ético de la retahíla de escándalos políticos que exportamos bajo la marca España. No es una cuestión menor. Desde que Benjamin hablase de la estetización de la política a propósito del auge del fascismo, no hemos dejado de analizar la pérdida de protagonismo del discurso y la ideología en favor de puestas en escena y repertorios simbólicos cada vez más complejos. "Todo está medido, no hay lugar para la improvisación". Por eso sorprende -en parte- que llevemos semanas sumidos en un vodevil barato: todólogas-pop inexistentespolíticos reconvertidos en marchantes que multiplican panes y peceschicas Bond en la Zarzuela, duques injustamente empobrecidos...

Nuestra democracia está repleta de episodios bochornosos, no vamos a descubrir América, pero creo que ciertas cuestiones que podríamos considerar formales dicen mucho de la deriva que está tomando la situación actual. Al fin y al cabo, el ejercicio "institucional" de la política exige capacidad para salvar las apariencias bajo cualquier circunstancia. Horas después de perder dos millones de votos en unas elecciones, repatriando cadáveres o recortando en sanidad, el espectáculo debe continuar de tal forma que siempre haya lugar para transmitir un mensaje de legitimidad. Si pierdes, vas a trabajar por defender políticas que abandonaste cuando gobernabas; si no has cumplido tus promesas, has cumplido con tu deber... Y así hasta el hastío.

Abuso del símil, pero todo espacio político es un espacio teatral, que como tal requiere tanto de la suspensión de la incredulidad por parte del ciudadano-espectador, como de la supresión del pasado en sentido histórico (ya que todo se reduce a lo reciente o lo inmediato de la escena). Existe un pacto tácito por el cual aceptamos cualquier desliz o ultraje siempre que no exponga o altere el equilibrio ficcional, esto es, siempre que preserve la verosimilitud de la representación. Aquí radica el sustento de la corrupción institucionalizada: es posible amputar un miembro para salvar el cuerpo, admitir un supuesto error para utilizarlo como muestra inequívoca de integridad. En el ámbito de la política, como en el del arte, la autocrítica blinda frente a la crítica exógena. "Los corruptos son expulsados, luego entonces los que estamos dentro estamos limpios", "la justicia funciona", "tolerancia cero", "ovejas negras", falibilidad humana... ¿No es acaso el juego del personaje creado (voluntaria o involuntariamente) por (¿para?) Beatriz Talegón?



"Incluso yo puedo alzar mi voz aquí contra vosotros" (¡ah, la semántica!), ergo el sistema funciona. No digo que invalide los demás, pero ése es sin duda el mensaje último de su discurso.

¿Qué ha ocurrido recientemente? Que nos hemos despertado en cueros y sin atrezzo: el poder ha perdido hasta la necesidad de guardar las apariencias. Ya todo vale. Por eso surge un personaje fascinante, el de Luis Bárcenas, quien ante el frontón de lo inverosímil ("ese señor pasaba por aquí, a mí que me registren"), redobló su apuesta con sendas denuncias por despido improcedente y por maltrato. Qué genialidad, qué capacidad para anular el efecto ilusorio de la disculpa política. Eso sí es dinamitar el escenario. Enfrentar la dialéctica del poder a sus propios términos la desnuda. ¿Y después? La apoteosis de la "indemnización en diferido en forma de simulación", que viene siendo admitir que ya no hay discurso alguno... ni entre bastidores ni de cara al público.



Bárcenas no lo sabe, pero es un auténtico apóstol de la guerrilla de la comunicación. Pocos están en condiciones de aplicar el principio de la sobreidentificación tan eficazmente como él.

Su actitud constata la descomposición de un determinado orden estético, hasta el punto de que ya no nos parece tan ofensivo el hecho de que se nos robe (y cuando conjugo "robar" hablo tanto de recursos materiales como inmateriales) como la falta de disimulo y compostura con que se nos roba. El cómo.

En cuanto a la nueva poética, puede ser entendida a partir de la entrada de la lisérgica escena política española en el universo posmoderno (ya no le viene grande la etiqueta pospolítica). Aunque también cabe pensar en un pintoresco regreso al pasado: si lo de Grillo se explica echando mano de la Comedia del Arte, la gravedad con que nuestros gerifaltes se presentan a sí mismos remite al esperpento valleinclanesco. "Enanos y patizambos que juegan una tragedia". Y tanto. Nos queda el consuelo de pensar que, mal por mal, es preferible la estética de nuestra extravagancia congénita a otra que también parece regresar: la de la pulcritud fascista.

lunes, 25 de febrero de 2013

Reformar la reforma universitaria

Recomiendo la lectura de la crítica a la adenda al informe de la Comisión de Expertos para la Reforma del Sistema Universitario Español que Jesús Fernández-Villaverde ha publicado en Nada es Gratis. Ciertamente no por compartir su criterio, sino porque contiene observaciones que deberíamos considerar a la hora de plantear un modelo diferente de reforma, por aquello de huir del enroque maniqueo al que la figura de Wert parece condenarnos y por anticiparnos a la enmienda "2.0" que antes o después nos van a plantear.

Me gustaría comentar algunos puntos. Empiezo con lo bueno:
La adenda comienza con una afirmación sorprendente: “el nivel docente e investigador de la mayoría de nuestros centros públicos de enseñanza superior es, sinceramente, alto”. No. Esto es más falso que un duro de cuatro pesetas. La gran mayoría de las universidades y facultades españolas son malas. [...] El que muchos de nuestros estudiantes salgan al extranjero y lo hagan muy bien es más “a pesar” de la universidad española que “gracias” a la universidad española.
[...] El único argumento que ofrece la adenda para sostener tan peregrina afirmación es una apelación a la buena imagen del profesorado en las encuestas. Este argumento es a la vez irrelevante y absurdo. Es irrelevante porque la encuesta no pregunta por la calidad de la investigación sino por la valoración del profesorado, que es algo bien distinto. Es absurdo porque la evaluación científica no se basa en la opinión de la mayoría sino en la de los expertos.
Sin duda, y cabe matizar, antes de que se enerven los amigos de la demagogia, que difícilmente se puede entender esto como un alegato antidemocrático.
La adenda advierte luego de que una reforma a fondo de la universidad española sería de difícil encaje en nuestro marco jurídico. No entiendo muy bien porque esto es argumento contra la reforma universitaria y no contra nuestra legislación. El ordenamiento jurídico española hace aguas por todos sitios y requiere una modificación profundísima. Las leyes están para servir al conjunto de la sociedad, no al contrario.
Touché. Tema de otro debate es qué reformar y cómo.
Intentar garantizar la correcta selección de profesorado mediante procedimientos como una habilitación o un tribunal oral es construir castillos en el aire (¿de verdad, un tribunal oral? ¿En 2013? Ya puestos, organicemos un torneo medieval entre los candidatos, que al menos es más pintoresco y podemos vender entradas a los turistas extranjeros).
Palo también al informe. Hilarante por cierto.
... en muchas ocasiones he explicado que el actual sistema de selección de rectores en España es ridículo. Sustituirlo por otro donde los profesores en un consejo (con cierta representación de otros grupos) deciden quién es el rector tampoco soluciona nada pues seguimos sin cambiar los incentivos.
Y una oportuna autocita como colofón:
El verdadero problema es que el sistema genera incentivos perversos: los votantes no ganan al votar por el mejor rector desde el punto de vista de la sociedad sino por votar al que más les beneficie de manera personal. Esto no quiere decir, literalmente, que la gente solo vote por su interés, simplemente que muchos lo harán por este motivo y que muchos otros, quizás inconscientemente, lleguen a la conclusión que el rector que mejor les viene a ellos es también el mejor para todos. Negar que la gente se comporta, al menos en parte, para mejorar su situación personal es pura ingenuidad.
Este aspecto es crucial y contiene el componente crítico que echo mucho en falta en el artículo que hace unos días publicaba, en eldiario.es, Rafael Escudero, también recomendable en la medida en que señala con acierto muchas de las lagunas y el sustrato ideológico del trabajo de la comisión. Cualquiera que conozca mínimamente la universidad desde dentro sabe que toda la palabrería en torno a su independencia y su carácter democrático es una broma de mal gusto. Es difícil encontrar una institución más caciquil en España (que ya es decir). El incentivo que con mayor facilidad percibirá uno en casi cualquier claustro universitario estatal es el deseo de medrar a cualquier precio (o de "no meterse en líos", que es casi igual de lamentable) de buena parte del personal.

No se puede decir, como dice Escudero, que actualmente la "comunidad universitaria" nombra al rector y que la reforma socava la "autonomía" de la institución, porque tal comunidad y tal autonomía no son más que mitos al servicio de intereses personales. Abandonemos ya, por favor, ese optimismo antropológico que nos ciega y nos lleva a pensar que tenemos facultades llenas de desinteresados apóstoles del conocimiento. La regulación universitaria española es un desastre, pero gran parte de las penurias de los estudiantes y jóvenes investigadores no la tienen los respectivos ministros de educación (que también), sino la desidia, el ombliguismo y en algunos casos la mala fe de un buen número de catedráticos, jefes de departamento y rectores que dedican su trabajo, su nombre y su influencia a proteger sus prebendas. Muchos de los que hoy protestan aplaudían con las orejas las mayores insensateces cuando sus respectivos proyectos recibían financiación a espuertas y tenían carta blanca para enchufar a sus acólitos (preguntadles qué opinión han transmitido a los sucesivos ministerios de educación cada vez que han sido consultados sobre una hipotética reforma universitaria...). Me parece bastante triste que algunos desatiendan la responsabilidad que conlleva que su puesto no dependa ni de sus opiniones, ni de su buena relación con el jefe de turno, ni del capricho del político que corresponda, haciendo la vista gorda una vez tras otra ante el despilfarro de dinero públicomecanismos de evaluación interna deliberadamente inútiles y procesos de contratación de personal y de adjudicación de obras y servicios que rayan en lo fraudulento. Entre otras cosas, porque han dado la razón a los que cuestionan "el carácter funcionarial como requisito de la libertad de cátedra", en perjuicio de quienes que lo respaldamos.

Dicho todo esto, me centro en lo que creo hace aguas en el artículo de Fernández-Villaverde:
España sufre de muchos problemas. Pero el más importante de ellos, con diferencia, es la gran cantidad de españoles que se oponen al cambio. Unos lo hacen porque no han entendido el mundo en el que vivimos en 2013 y se apegan a concepciones obsoletas. Otros lo hacen por defensa de unos intereses particulares.
Razonamiento claramente capcioso. No hace falta explicar que rechazar un modelo de cambio no implica rechazar el cambio. Además, el "si no estás de acuerdo con lo que propongo es que eres tonto o vives en una caverna" sobra. Y lo digo desde la certeza de que, efectivamente, una parte de la oposición a la reforma se explicará por la defensa de privilegios personales.
UCal-Berkeley, por poner un ejemplo, es una universidad que deja en la más triste cuneta a todas las universidades españolas –públicas y privadas- porque provee los incentivos correctos a los profesores para que investiguen y enseñen. [...] De igual manera los departamentos de Berkeley tienen incentivos para seleccionar a sus profesores entre los mejores y no entre los amigos pues la excelencia es recompensada y la mediocridad castigada. [...] Al contrario, al dotar a la universidad de la gobernanza adecuada la afianza y limpia el proceso de selección de la alta gerencia universitaria que en estos momentos ha sido, como en tantos otros ámbitos de nuestra sociedad, invadido por la política.
No podían faltar ideas clave del discurso neoliberal: excelencia y despolitización.

¿Pero qué es la excelencia? ¿Y qué es una universidad excelente? ¿Aquella que garantiza que sus licenciados encuentren trabajo? ¿La que contribuye a reducir desigualdades sociales? ¿La que permite establecer fructíferas vías de colaboración con la iniciativa privada? ¿La que da cabida a todos aquellos proyectos a los que el mercado da la espalda? Porque una cosa es que tengamos claro que hay mejores y peores centros y docentes, y otra que podamos determinar con rigor científico un baremo absoluto de excelencia y mediocridad, y que éstos conceptos sean ajenos a una determinada posición política. Creo que el propio informe ejemplifica la inconsistencia de tales pretensiones a la hora de proponer su modelo de gestión universitaria:
El Consejo es el órgano de la Universidad en el que están representados los intereses académicos y los de la sociedad [...] La duración de su mandato sería de 5 años, renovables por una sola vez. El Consejo de la Universidad deberá tener una mayoría de académicos:
[...] Un 50% sería elegido por el Claustro de la Universidad, con una muy importante mayoría de PDI. Los PDI elegidos deberían ser personas de prestigio; los españoles deberían tener, al menos, dos sexenios de investigación ‘vivos’ en los términos que se mencionan en el punto I.2.1.4 de este informe. [...]
Un 25% por la correspondiente Comunidad Autónoma, para garantizar la participación efectiva de la sociedad civil en el máximo órgano de gobierno universitario. La elección debe recaer en personas de elevado prestigio profesional o académico [...]
El 25 % restante será elegido por los anteriores dos grupos entre personas internas o externas a la Universidad, nacionales o extranjeras, que sean de especial interés para el desarrollo de cada proyecto universitario (antiguos cargos académicos nacionales o extranjeros, antiguos alumnos o profesores, científicos, académicos, innovadores, empresarios, etc.). Igualmente, deben buscarse aquí personas de elevado prestigio [...]
Concediéndole el beneficio de la duda, la comisión tiene mejor intención que ideas para garantizar un proceso representativo y eficaz. "Personas de elevado prestigio". Ni me gusta la expresión (ya sabemos qué comporta) ni me deja de parecer la pescadilla que se muerde la cola.  ¿Cómo evaluar algo tan difuso y cómo garantizar que se hace de buena fe? Porque si nos ceñimos a los títulos y trayectorias de nuestros próceres actuales, tendremos que asumir que la mayoría ha obtenido sus condecoraciones comulgando con el sistema vigente de vasallaje, nepotismo y endogamia. Y en cuanto al único criterio concreto mencionado, los famosos sexenios de investigación, tienen el "pequeño problema" de ir al peso y no ser garantía de nada. A nadie se le escapa que la propuesta da la oportunidad a los que controlan el chiringuito actual de perpetuarse en el poder, lo que unido al hecho de que la alusión a la "participación efectiva de la sociedad civil" sea un brindis al sol en toda regla, no augura nada bueno.

Fernández-Villaverde se desmarca de la idea y deposita su fe en los incentivos. No sin razón, pero "obviando" un detalle fundamental: que no es posible concebir "incentivos despolitizados", porque no es posible desvincularlos de la pregunta ineludible sobre cuál debe ser la función de la universidad.

Me imagino que esta cuestión no tiene demasiada miga para muchos economistas que entienden la universidad como una entidad subordinada al interés privado. Sin embargo, no tiene nada que ver organizar una facultad para que le entregue a McKinsey el profesional que busca con hacerlo para, pongamos por caso, ampliar los horizontes de la física o formar una ciudadanía crítica. En un orden de cosas mundano y pragmático, si hacemos depender la financiación universitaria de la capacidad de generar lucro económico de los proyectos que un centro haya desarrollado, podemos estar seguros de que se abandonarán o marginarán líneas de investigación fascinantes y/o socialmente necesarias por deficitarias (de las Humanidades ni hablemos... parece que la tácita reconversión de Historia del Arte en Máster en Gestión Cultural nos da pistas de hacia dónde nos dirigimos).

Como de costumbre, el problema radica en la creciente tendencia a creer en la posibilidad de reducirlo todo a cifras y en la neutralidad de las mismas. "Más es mejor", pero primero hay que saber qué, cómo y para qué se puede cuantificar. Se incentiva en función de objetivos y rankings, pero definir objetivos y establecer rankings no es otra cosa que tomar decisiones políticas. Profundamente políticas, de hecho, porque el único que puede concretar términos como prestigio, excelencia o rentabilidad es el que diseña su baremo. La historia de siempre: haz tú la ley y déjame a mí el reglamento.

Somos muchos los que nos oponemos a la privatización y a la instrumentalización mercantil de nuestro sistema educativo -cuyas consecuencias se dejan notar hasta en los "modelos de excelencia"-, pero si no denunciamos su calamitosa situación actual, y la vergonzosa utilización de su supuesta autonomía y carácter democrático en beneficio de intereses particulares, estaremos enterrando lo poco que tiene de bueno.

lunes, 11 de febrero de 2013

Una de Wes Anderson

El mecanismo básico de la crítica consiste en definir autores y movimientos en torno a vocabularios específicos, esquemas consensuados que establecen qué conceptos tienen cabida y qué ideas podemos esperar encontrar en determinados discursos. Nada fascinante, exceptuando tal vez su fase de gestación, ese balbuceo que, con el tiempo, suele derivar en una retahíla de lugares comunes.

La duración de este particular proceso de decantación depende mucho de la densidad de la obra del auteur en cuestión, de su voluntad de incidir más o menos reiteradamente en ciertos temas y de la facilidad o dificultad para asignarle eso que llaman estilo. En el caso de Wes Anderson, por ejemplo, la tarea se antoja sencilla: en cada cinta, el repertorio, completo y plenamente reconocible, de su filmografía. Pero el repertorio no suele bastar, pienso mientras leo algunos artículos sobre Moonrise Kingdom. Parece que muchos de los que la han visto, perspectiva "planeta Anderson" y prisma naïf en ristre, se han quedado a medias, en el "exquisito trabajo visual" y en la "melancolía" que despierta el "amor platónico" de Sam y Suzy (ejemplo de otro mecanismo crítico común, por cierto: presuponer la falta de profundidad del relato para justificar la del análisis). Es una lástima, porque en contra de lo que aparenta creo que es, sino la más, una de las películas más descarnadas del director.

A mi modo de ver, la clave es que Anderson consigue tejer una interesante red en que se superponen diversos niveles narrativos, ya que la historia de amor "onírico-utópica" funciona, además de como fábula, como deconstrucción crítica del imaginario de las relaciones sociales y de pareja, del tratamiento cinematográfico de las mismas y de su propio espacio ficcional. Esencialmente, Moonrise Kingdom es una historia de desengaño que vincula metafóricamente el final de la infancia y el del amor al tiempo que expone las estructuras que construyen el relato cinematográfico. La relación (preadolescente) entre Sam y Suzy no constituye, como se ha querido ver, el reverso de la relación (adulta) entre el capitán Sharp y Laura, como demuestra el hecho de que Anderson dedique buena parte de la película a evidenciar su inconsistencia.

En este sentido, hay una escena especialmente elocuente, una de las conversaciones de la joven pareja en la playa, en medio de cuya apoteosis idealista
"Siempre he deseado ser huérfana. La mayoría de mis personajes preferidos lo son. Creo que vuestras vidas son más especiales".
se nos invita a suspender la credulidad:
"Te quiero, pero no sabes lo que dices".
En el contexto alucinógeno del film, esta declaración evidencia la ficción del relato tanto o más que la (manida) figura del narrador dirigiéndose al espectador. No conviene obviar que Sam, Suzy, Sharp y Laura refuerzan esta idea empleando un doble registro metacinematográfico: el de la parodia del cliché ("Tendría cuidado si fuese tú. Uno de estos días alguien se verá demasiado presionado y quién sabe de lo que será capaz [...] No es una amenaza, es una advertencia"; "no me importa. No tiene sentido. No sin Suzy"; "sólo queremos estar juntos", etc) y el autorreferencial, escéptico ante la propia estructura interna de la obra, como acabamos de ver y como denotan múltiples intervenciones ("No puedo rebatir nada de lo que has dicho, pero tampoco tengo que hacerlo porque tienes doce años"; "no es tonto, pero supongo que sí es algo triste", etc). Es como si se nos invitase a creer en un discurso que se autorrefuta.

Esta polaridad queda evidenciada, además, en un segundo aspecto: el tratamiento de la permanente oposición adultos-niños / autoridad-rebeldía. La familia, el campamento, la burocracia y los servicios sociales componen un sistema represivo al que se enfrentan tanto Sam y Suzy como el resto de los khaki scouts cuando deciden ayudarlos. Podría parecer que su reivindicación representa la verdad frente a la sinrazón de la actitud de los Walt, Laura y Sharp, ahogados en la rutina y la resignación, pero la joven pareja se queda bastante lejos de lo que podría significar una ruptura en términos morales y sociales, como demuestra su inusitado interés por contraer matrimonio (no deja de resultar curioso el entusiasmo con que abrazan el anatema de sus respectivas infancias). Las palabras de Ben sobre la trascendencia de la decisión y la irónica preocupación de los scouts por la precariedad económica de los novios preludian otro momento clave de la película: la huida de los recién casados, que dura exactamente veinte segundos, el tiempo que tarda su velero en dar la vuelta para que Sam pueda tratar de recuperar los prismáticos de Suzy. No volverán al barco, en lo que supone una nueva nota sarcástica: el sueño naufraga en el sueño.

Y si nos ponemos un poco estupendos, a todo lo anterior podríamos añadir que Anderson encuentra incluso en la iconografía modos de hacer visible la dualidad de su historia: en la playa, antes del encuentro "presexual" de Sam y Suzy, la recreación cándida del tema del pintor y la modelo se sitúa a medio camino entre la Olimpia de Manet y la Lolita de Kubrick. Un ejemplo más de esa supuesta rebeldía frente a lo establecido, pero también y de nuevo, una forma de demoler los cimientos del relato empleando su cara más idílica contra sí misma.

¿Ingenuidad? Cero, me temo. De hecho, tras el clímax del campanario, la relación "domesticada" del final de la película parece refrendar esta lectura. Se recomponen, hasta cierto punto y a buen seguro provisionalmente, las estructuras familiares - de control, acatando todos los personajes un orden socialmente aceptable. De la utopía queda el recuerdo, el lienzo en que Sam representa la playa en la aventura fue, transitoriamente, posible. Se acaba el verano, que es también la inocencia de la infancia, que son, también, el amor y la ficción cinematográfica. El último beso de Suzy supone una despedida -dentro y fuera del marco del relato, relativa a su relación pero también a su niñez y a su idealismo- que como adultos podemos reconocer.

Puede que la única forma de volver a esa playa sea como como Pierrot y Marianne... A lo mejor hay que ver Moonrise Kingdom pensando en Godard vestido de Truffaut.

lunes, 21 de enero de 2013

Videocracia

Una más de ficción política.

"Los que creen que el mundo no es un contubernio es que están mal informados".
Roberto Alfa


martes, 8 de enero de 2013

Académicos

Después de romperse los cuernos durante meses para intentar sacar de la calle a un grupo de estudiantes abocados al tráfico de drogas,





"Bunny" Colvin y David Parenti se dan de bruces con la irracionalidad estadística de la administración pública, para la que sólo existen exámenes y porcentajes.

Menos mal que siempre les quedará la academia...



(Por cierto, alguien se ha tomado la molestia de transcribir y traducir este último vídeo).

sábado, 5 de enero de 2013

La normalidad

Una de las cosas que más me ha llamado la atención del furor caritativo navideño es su compromiso con la difícil situación que atraviesa en nuestro país la "gente normal": profesores, periodistas, médicos, empleados públicos... perfiles que no estamos acostumbrados a asociar a términos como "hambre", "paro" o "desahucio" -habitualmente reservados para inmigrantes, yonquis, familias disfuncionales, gente de costumbres disolutas, rojos haraganes... ciudadanos de segunda en general, vaya-.

Los relatos sobre sus desgracias suenan a testimonio de vecino de homicida, cambiando el "era un chico normal, siempre daba los buenos días" por "es una mujer muy responsable", "son una familia muy unida" o un más específico "nunca habían tenido deudas ni se les conocían vicios". Su drama sobreviene, como es costumbre, "de la noche a la mañana" y "sin previo aviso".

Hay una forma de interpretar esta actitud que entiendo mayoritaria y, sobre el papel, irreprochable: crear conciencia social sobre el alcance de la crisis económica, la arbitrariedad de sus efectos y la necesidad de intervención estatal. Pero hay una segunda lectura más problemática, en la medida en que recalcar lo extraordinario de la coyuntura actual supone, en cierto modo, dar por buena la precedente -de ahí que se insista tanto en la urgencia de aprobar medidas, recortes y leyes "provisionales"; de ahí que hasta los empresarios que presumían de infalibilidad admitan sin pudor sus fracasos, atribuibles ahora a imponderables-. Toda definición de anormalidad requiere un referente de normalidad; por eso, de acuerdo con el discurso oficial, lo que vemos no son las podridas entrañas del sistema, sino una desafortunada anomalía. Que a largo plazo nos terminen vendiendo la necesidad de cronificar la austeridad para volver al equilibrio es consecuencia, precisamente, de este planteamiento.

Frente a la opción de cuestionar un sistema político-económico por su naturaleza violenta, se impone la de dar por buena su formulación "ideal", ésa que durante años permitió a una amplia mayoría -de gente normal- disfrutar de un "buen nivel de vida" mientras los pobres -inadaptados y vagos por definición- hurgaban en la basura figurada y literal. A nadie se le escapa la diferencia entre presentar la crisis como una intensificación de las desigualdades y miserias inherentes al sistema económico y exponerla como el resultado de ciertas alteraciones y errores humanos dentro de un modelo que funciona -o, en su defecto, como parte de sus ciclos sistémicos, supuestos paréntesis necesarios para garantizar una continuidad de bonanza-.

La prevalencia de esta segunda opción explica que sorprenda algo tan connatural al capitalismo como la marginalidad, que por si fuera poco parece quedar sepultada bajo nuestra obsesión cuantificadora. Al poner el acento en la cifras -cinco millones de parados, 25% de la población activa, 58.000 desahucios...-, desplazamos la atención desde la naturaleza del problema hacia su magnitud: aceptar que la pobreza comporte abandono, indigencia y exclusión mientras sea minoritaria sólo demuestra nuestro fracaso como sociedad y nuestra miseria moral.

La tarea no es, por tanto, restaurar el estado del bienestar ni reivindicar una idea imprecisa de éste en el plano simbólico, sino crearlo.

martes, 1 de enero de 2013

Otro lenguaje para 2013

Mi propósito de año nuevo: no escribir -y, por norma general, no leer- textos sobre arte que contengan, de manera gratuita -es decir, casi siempre-, alguna de las siguientes expresiones:

- Zeitgeist
- Resistencia
- Arte político
- Interacción
- Sostenibilidad
- Empoderamiento
- Múltiples referencias
- Cartografía emocional
- Conceptual
- Identitario
- Inter/transdisciplinar
- Alternativo
- Emergente
- Sinergias
- Emancipar
- Desarrollar/consolidar un lenguaje
- Explorar/abrir nuevas vías
- Reformular
- Hibridar

Me va a costar, porque con mayor o menor justificación he usado alguna de ellas de forma habitual y en general no creo que tengan nada de malo per se, pero el abuso de frases hechas, tópicos y lugares comunes vacía de significado gran parte de la literatura -nunca mejor dicho- artística. Con frecuencia deliberadamente, claro, con el agravante a veces obviado de que salvar los muebles vistiendo de seda la falta de contenido o de proyecto empobrece, además del discurso afectado, el sincero.

No creo que nos venga mal resetear. Por eso al 2013 le pido menos citas y términos recurrentes, más tesauros incorrectos de la cultura. Si la idea es proponer nuevas prácticas, nuevas formas de producción y distribución, lo que nos hace falta no es un vocabulario sumamente específico que institucionalizar, sino la voluntad de renovar el lenguaje con tanta frecuencia como sea necesario, de intentar que continúe sirviendo para describir y analizar críticamente la realidad.

Menos lírica y más rigor, vaya.

Feliz año.