Hace algunos meses, Joan Fontcuberta
presentó una publicación-exposición que recogía tres mil "reflectogramas", o autorretratos frente a un espejo, extraídos de diferentes páginas de internet.
El trabajo suscitó cierta controversia por los motivos más previsibles. Muchos criticaron la idea de que Fontcuberta utilizase las imágenes de los retratados sin consentimiento expreso de los mismos; otros pusieron en entredicho -para no variar- el carácter artístico de un proyecto que partía de un material tan ajeno al artista como aparentemente banal. A Fontcuberta ninguna de estas dos cosas pareció preocuparle demasiado: "[las fotografías utilizadas] ya son accesibles, el libro lo que hace es visualizarlas". Un argumento simple pero convincente... que debería haber dado más de sí en lo que a la distribución de la obra respecta.
En cualquier caso, lo que me interesa en esta ocasión es acercarme a algunas cuestiones que el artista catalán pone sobre la mesa con un proyecto que, creo, no ha recibido la atención que merecía. A nivel artístico,
A través del espejo toca temas sustanciales, comenzando por una idea que el propio autor ha destacado
más de una vez: "Los artistas están empezando a ser más prescriptores que ejecutores.
Mi planteamiento no es que hagamos mas imágenes, sino dar sentido nuevo a las que existen".
Fontcuberta logra encontrar
sentido en un torrente de imágenes que, observadas individualmente, no parecen decir nada. Su conjunto, sin embargo, configura un amplio acercamiento al género del retrato; un retrato colectivo y abierto, sin sujeto definido, mosaico de individualidades literalmente interconectadas; nunca un retrato generacional, ni uno de esos perfiles con que se aspira a describir al usuario medio de esta o aquella red social, es decir, al habitante de una comunidad determinada, ya que no parece que podamos encontrar una identidad común a todos los
seleccionados.
Y esta es la clave, puesto que la obra funciona como reflexión sobre los modos en que millones de personas
construyen su propia
identidad a modo de (cambiante) interfaz de interacción con
los demás. Es un paisaje de retratos o, rizando el rizo, el retrato de una determinada
cultura de lo visual, una forma muy concreta de entender la superposición permanente de lo público y lo privado -también de lo propio y lo ajeno- en cuanto signo de nuestra época. Es, asimismo, una interrogación sobre el papel de la imagen en una sociedad de imágenes, en la que hemos aprendido a ver, decir y hacer a través del
artificio inherente a toda representación.
En la selección de Fontcuberta esta
cultura desemboca en dos extremos: lo narcisista y lo bufonesco. Dos realidades que convergen en un elemento de especial carga simbólica,
el espejo, tradicionalmente asociado a la idea de verdad -por su capacidad para mostrar la realidad
tal y como es- y, en consecuencia, a la idea de
conocerse a uno mismo.
A los que critican la falta de profundidad de la obra, les recomendaría repasar este punto, la importancia de este espejo que define a quien
posa frente a él. Fontcuberta nos enseña cómo se
exhiben y cómo se
ven los retratados mediante un sencillo proceso de descontextualización. En los espejos de estas fotografías vemos reflejadas las dos caras de una misma moneda: la (auto)proclamación de lo que uno
pretende ser y su cuestionamiento, esto es, su caricatura. Por identificación o por rechazo, los retratados expresan su postura frente a un modelo común y revelan lo que
son a través de lo que
aparentan.
La omnipresencia de dispositivos capaces de capturar y reproducir imágenes y la circulación permanente de éstas define toda una serie de dinámicas y rasgos formales, una especie de lenguaje de escala global que utilizamos cotidiana y localmente. Se hace evidente la tensión entre la necesidad de aferrarse a un factor diferencial y la imposibilidad de escapar de una lógica homogeneizadora... Algo que a menudo conduce a la celebración de una heterogeneidad impostada. ¿Qué mejor ejemplo de ello que los
reality show? ¿Y qué
reality mayor -y mejor- que las redes sociales?
***
Sin necesidad de traspasar los límites de la representación, Fontcuberta se mueve muy bien en ese terreno de las apariencias, de la imagen como frontera imprecisa entre los conceptos (difusos) de realidad y ficción.
A Eva y Franco Mattes también les interesa esa fricción entre lo real y lo ficticio, así como el concepto de identidad, piedra angular de su obra, y la propia fotografía...
a su manera, claro. En su caso, sin embargo, la representación no es el límite, sino el punto de partida.
El pasado 9 de junio inauguraron
una exposición, bajo el sugerente título de
LIES Inc., en la Site Gallery de Sheffield. Entre las piezas exhibidas, una llama especialmente mi atención: se llama
The Others y se compone de 10.000 fotografías extraídas de diferentes ordenadores personales.
El juego es el mismo, pero cambian las reglas: ya no se trata de seleccionar entre imágenes previamente publicadas, sino de
tomar aquellas que, deliberadamente, se han mantenido ocultas en la privacidad (siempre parcial) de un disco duro
privado. Esta operación supone una vuelta de tuerca más en la lógica planteada por Foncuberta. Las fotografías ya no responden necesariamente a aquello que sus autores pretenden mostrar de sí mismos:
The Others pone al descubierto lo que el pudor o la disconformidad acostumbran a mantener en segundo plano.
Ya no hablamos del escaparate, sino de la trastienda. El material aquí empleado no ha sido sometido a un trabajo de selección ni obedece a la intención de fabricar una determinada identidad -aunque a buen seguro atestigüe diversos borradores y tentativas. No nos enfrentamos, por tanto, a
productos acabados, que de una u otra forma se asemejan a modelos preestablecidos, sino a la suma de contradicciones y matices que proyectan, más que una identidad (pretendidamente) estable y asertiva, una identidad voluble y dubitativa.
Sí, es cierto que no podemos estar seguros de que las fotografías hayan sido efectivamente "robadas", pero eso no disminuye la capacidad de sugestión de la obra ni el hecho de que nos sintamos como auténticos
voyeurs mientras las observamos (tal vez porque nos dicen más sobre nosotros que sobre sí mismas). Si el trabajo de Fontcuberta nos interroga acerca de
las divisiones realidad/apariencia y público/privado -con más efectividad que sus clásicos
fakes, por cierto-, el de Eva y Franco Mattes elimina, de manera literal, toda posibilidad de establecer escisiones efectivas entre estos espacios, que moldea a su antojo.
Recuperar la visibilidad de lo que, a fuerza de ser
evidente, se ha vuelto invisible y exhibir lo que, siendo invisible, se ha vuelto evidente. Dos estrategias diferentes, pero complementarias; dos formas de entender, representar e incidir en un espacio visual contemporáneo que ya no aspira a las certezas, sino a las múltiples incertidumbres del reflejo.