Hace algunas semanas, el Museo del Prado anunció la publicación del catálogo de su última exposición, No sólo Goya, una muestra organizada en torno a las estampas, dibujos y fotografías adquiridas por la entidad entre 1997 y 2010. Nada fuera de lo común salvo que, por primera vez, la dirección del centro optó por una edición exclusivamente digital descargable de forma gratuita, un "catálogo electrónico" en el que -según la web del museo- "se conjugan las virtudes formales del libro impreso tradicional con las nuevas posibilidades que ofrecen los formatos digitales".
Los esfuerzos de las instituciones culturales por adaptarse al entorno digital son siempre bien recibidos. Sin embargo, utilizar una expresión tan amplia como las nuevas posibilidades que ofrecen los formatos digitales es un arma de doble filo: por un lado, funciona eficazmente como reclamo; pero, por otro, genera expectativas que rara vez se cumplen.
En el caso de esta publicación, lo que ocurrió fue que muchos visitamos la web del Prado pensando encontrar algo como esto o esto otro. Un portal específico, vaya, diseñado en función de los contenidos expositivos, con abundante material audiovisual y una estructura de navegación que permitiese un acceso fácil y rápido a cualquier bloque de información desde cualquier dispositivo. Lo que nos encontramos, por el contrario, fueron dos PDFs de 134 y 308 MB (versiones de visualización e impresión respectivamente). Es decir, un catálogo de papel digitalizado, con imágenes de alta calidad y enlaces... pero catálogo de papel al fin y al cabo.
Sin desmerecer el trabajo del museo -ingente, es obvio- algunos señalamos la diferencia entre crear contenidos digitales y digitalizar contenidos analógicos. La respuesta del Prado, desde su cuenta de Twitter, fue la que sigue:
La reproduzco íntegramente porque denota un punto de vista muy particular al respecto e invita a hacer ciertas reflexiones.
En primer lugar, y como es costumbre a nivel institucional, la argumentación responde a criterios cuantitativos, no cualitativos. El tema parece reducirse a una cuestión de almacenamiento: más imágenes, más texto, más resolución... Pero el problema no es el volumen de información sino su estructura y los modos en que podemos consultarla, modificarla y distribuirla. No tiene sentido aceptar como punto de partida las limitaciones inherentes al libro impreso cuando planteas el acceso a los contenidos desde la pantalla de un ordenador.
José Luis de Vicente lo explicó perfectamente hace unos días, criticando las publicaciones online del MACBA y el MNCARS antes de poner como modelo a Google y su Think Quarterly:
Si volvemos a la respuesta del Prado a las críticas recibidas, comprobaremos que hace especial hincapié en el hecho de que la descarga de su catálogo sea gratuita. Esto es, tal vez, lo que más me sorprende, considerando que se trata de un museo que recibe una generosa financiación estatal y que recoge entre sus fines fomentar y garantizar el acceso del público a sus colecciones y facilitar su estudio a los investigadores. Impulsar el conocimiento y difusión de las obras y de la identidad del patrimonio histórico adscrito al Museo, favoreciendo el desarrollo de programas de educación y actividades de divulgación cultural.
Estamos tan acostumbrados a una concepción elitista y restrictiva de la cultura que nos llama la atención que una entidad pública, comprometida con la divulgación del patrimonio, ofrezca en descarga gratuita el resultado de su trabajo. Debería extrañarnos más que el MoMA, un museo privado, difunda en las mismas condiciones una parte importante de los contenidos que genera... Al menos si ignoramos que esa postura es beneficiosa incluso en términos económicos.
El problema que evidencian este tipo de reacciones es la dinámica onanista y de desconexión con el público en la que -en algún caso involuntariamente, me consta- están sumidas muchas instituciones culturales. Con frecuencia parecen olvidar que tienen un compromiso con la totalidad de la sociedad, y no sólo con ciertos círculos endogámicos o determinados criterios intelectuales.
El catálogo de No sólo Goya tiene un valor enorme para un grupo restringido de investigadores; pero para los demás mortales es, me temo, poco práctico... E incluso para los primeros sería más recomendable si se hubiese optado por otro formato.
La pena es que desde el museo se quiera ver una intención destructiva en esta crítica. La exigencia con que se evalúa el trabajo del Prado deja entrever su importancia, estableciendo puntos de referencia para un permanente (y recomendable) proceso de autocrítica.
Para abordar con garantías la publicación digital es imprescindible recurrir a formatos específicos que aprovechen (realmente) las cacareadas nuevas posibilidades del medio (algo, por cierto, tan ajeno a la lógica del papel como al empleo arbitrario de recursos técnicos en detrimento de la calidad de los contenidos). Sin embargo, lo más importante, sobre todo en el caso de un museo público, es adoptar estructuras y estándares que faciliten la localización, visualización y reutilización de información en diferentes soportes. No tiene sentido seguir discutiendo a propósito de la falta de versatilidad de un PDF cuando llevamos años hablando de conceptos como la web semántica o manejando herramientas tan útiles como la Open Platform de The Guardian.
No es una cuestión, por tanto, de escasez de recursos económicos o humanos, sino de actitud. Las instituciones artísticas deberían dejar de llorar los recortes presupuestarios para concentrar sus esfuerzos en aumentar su contribución al ecosistema cultural, en particular, y a la sociedad, en general. La mayoría producen mucha y muy buena información que termina siendo, en gran medida, desaprovechada... No se me ocurre una manera mejor de reivindicar su importancia que revertir la condición residual de esta información, ampliar la visibilidad de su actividad y generar nuevos flujos culturales.